jueves, 31 de diciembre de 2009

2010...


...Odisea 2.

No mucho que decir en esta entrada y en esta entrada de año. Gente bebiendo cava en la oficina, reuniéndose en corro y riendo sin motivo. Vasos de plástico que hacen justicia a esta bebida. Cuándo dejamos de tomar champagne en este país? Cuándo dejamos de ser europeos?

El AVE, la cena, la familia, la Mona: las promesas de esta noche.

Y luego los propósitos. Son los mismos de cada año. Nada ha cambiado.

La gente del equipo se despide hasta el próximo año. Nos damos dos besos? Un abrazo, la mano? Nos juramos amor eterno? Una simple elevación de la barbilla que quiere decir: a ti te conozco de algo y por eso te digo una frasecilla hecha.

Y sabeis qué? Qué es bueno que así sea. Las convenciones tiene un sentido, y para algunos de nosotros un efecto terapeútico.

Poco a poco se apagan las luces en el edificio.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

NAVIDAD


Cuanto más viejo más confuso, decía Nicholas Ray bastante cascado en El Amigo Americano. Más confuso, más mentiroso, más amargo, menos grave, más feliz quizá, menos fuerte, menos triste, más borracho, más insomne, más cabreado, menos tímido, más religioso, más bocazas, más llorón, más guapo, y más alto, sin duda.

Dije que no perpetraría otro poema navideño. Lo dije el año pasado. Una nueva promesa que incumplo. Lo achaco a la presión externa. El clamor del público me hace volver... Más bien procuro conservar algo de un pasado reciente pero que parece lejano. Cada día más solo. Como si preparara una despedida que no llega nunca.

El poema tiene nombre. A la manera de Valente le he llamado:

[Rafa, contable en Navidad, interroga a sus pasados]

Nos hemos mirado unos a otros
Tan parecidos y tan lejanos, una red de compasión nos ha unido
Alguien palmea mi espalda como yo siempre hago
Otro busca una cerveza con desesperación
Nadie duerme, no nos gusta dormir
Todos sufrimos el frío que nos envejece
Como situacionistas de derecha en nuestro gran día
La Navidad ha llegado a la ciudad

Y a la ciudad nos lanzamos sin saber muy bien para qué
Un ejercicio de psicogeografía elemental
Yo a mis 36 años me acerco a L´Hospitalet y pretendo jugar al futbol pakistaní
El tipo de 25 se para cada cierto tiempo y mira alrededor desesperado
Sabe que nunca llegará a Muswell Hill (una carretera para españoles le volverá a confundir)
Cuando salgo borracho del Ateneo Sevillano apenas puedo distinguir las luces en los árboles
Mascullo un villancico inglés y el frío me hace llorar (quizá sea la grandeza de estas calles)
En el regreso a casa me cruzo con un muchacho que va al cine el 24 por la tarde con un solo propósito
Ser el único en poder recordar este momento
Más lejos, justo a la vuelta de la esquina, Rafa mira como un tipo alto y con gafas atraviesa Leoforos Alexandras
Los coches le esquivan y unos amigos le hacen gestos incrédulos
Hemos sido un grupo de borrachos, se dice para si mismo

El punto de encuentro es conocido
Los libros se apilan o desparraman por un suelo sucio y frío
Pañuelos de papel sobre cada mesa / Una TV que no se resigna a renunciar
Poco a poco van llegando, sin entusiasmo
Las cervezas se beben diligentemente, apenas se habla
Yo, por ser el mayor, explico mi experiencia y sus resultados
Los muchachos ni siquiera me oyen
Alguno incluso muestra una expresión de horror. Es el paso del tiempo
Será el más lúcido (tenía 18 años) el que diga la única verdad:
Hay un solo tiempo y un solo espacio / No hay memoria sin verdad

He despertado a un día menos frío
Como un viático he dejado que el sol se apropie de este final
La soledad como creación de un pasado imperfecto
Estar solo como la bendita consecuencia de mis actos
Solo. Sin lenguaje, sin instituciones, sin tradiciones
Una única ciudad y un continuo presente continuo

Liberado y sin demasiada prisa salgo a la calle
Aún me quedan algunos regalos de Navidad por comprar
Decido pararme frente a una tienda de chinos para ver mi reflejo
Todas las edades del hombre y un único pensamiento:
No me quedaría mal un bigote
Esta es la vida que he de vivir?

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Panrico Hellas


No es fácil identificar los mecanismos mentales que nos llevan a pensar en algo en un momento determinado. Me levanto a eso de las 12.30 h. con un dolor de garganta bíblico, y me acerco al baño más sucio que recuerdo para echar una meada que de matutina tiene solo la intención. Un vistazo al cuarto nos muestra una cama llena de toda la ropa de abrigo encontrada en el armario (cazadoras viejas, chaquetas en desuso, camisas de franela y jerseys apolillados). Unas pelusas grandes como ratas y que no descarto que sean esto último inician el agradable tránsito hacia un salón que deviene en librería de viejo. Y es en estas que miro por la ventana y me acuerdo de PanricoHellas, una de tantas experiencias con la miseria.

Te acuerdas Íñigo, verdad? Aquella jauría de perros callejeros que el miserable Agustí tenía en la entrada para ahorrarse el sueldo de un segurata y así poder seguir viviendo a cuerpo de rey mientras a nosotros nos racaneaban hasta la última dracma. Los primeros meses quedaba con Íñigo en Nea Ionia y desde allí en una Citroen Caddy que amenazaba ruina nos dirigíamos a Menidi, el más triste y sórdido barrio ateniense. Por el camino te podías cruzar con hordas de albaneses que caminaban a ninguna parte, como yo acabé por caminar alguna vez, meses más tarde, cuando Íñigo triunfaba en Panrico BCN y un servidor se mimetizaba con la inmigración de la zona. En aquellos tiempos, el te de la mañana que cuidábamos hasta el extremo (Earl Gray, Darjeeling, Prince of Wales, aquel te chino imbebible) se convirtió en nuestro momento de cordura frente al absurdo generado por aquella trinidad de lo arbitrario y cutre: el Gordo Manolo (Dimitris Stergiou), Cristobalito (Avgustís Stefas) y el Amigo de los Niños (Xavier Agustí). Recuerdo cuando se pasaron semanas reunidos para confeccionar la Misión, o Visión o Dios sabe qué, de PanricoHellas, y la cara de sorna que poníamos al ver las obviedades y mentiras que pretendían consagrar en mantras para toda la organización.

Yo estaba sentado con los supervisores de venta y en contacto directo con los vendedores. Sin duda, algunos de ellos eran lo mejor de la empresa. Giorgos Dalkos, siempre atento y educado, me solía volver con él por la tarde (vivía como yo, sto kentro) y me contaba su pasado de juerga y disipación, y como PanricoHellas era su última oportunidad para sentar la cabeza y convertirse en un hombre de bien. También estaba Pavlos, un hombre que tendría la edad de mi padre y vivía en Byronas, o Sotiris Dinópoulos, que aparte de beber Gala Blajas (intraducible en español a no ser que la llamemos leche cateta) y lanzar proclamas antisemitas, era buen tío. Estaba Cristian, claro, que llegó de Valladolid para revolucionar los métodos de venta y no consiguió más que aprender dos palabras de griego y llevarse una promoción bajo el brazo. Eso sí, a entusiasmo no le ganaba nadie. De hecho, el entusiasmo con el Donut era lo único que nos quedaba a los españoles de la empresa una vez comprobado el poco éxito inicial. "Es que están muy buenos", decíamos. "Los griegos se darán cuenta de lo buenos que están y no pararán de comprar". Unos meses más tarde las esperanzas se trasladaron al Bollycao. Recuerdo un día a Cristian viniendo a mi mesa completamente emocionado y gritando: "Ya están aquí los Bollycaos!!". Los vendedores probaban las muestras y se miraban con cierta incredulidad. "Pero si esto es un bollo con chocolate?", parecían decir. Los primeros tests de fabricación me tuvieron a mi como conejillo de indias. He de reconocer que con el primer Bollycao Made in Greece me partí la caja, porque nuestro amigo Stergiou II (el Mengele de la bollería, y si no recordemos aquel donuts relleno con una salchicha de frankfurt) creó un Bollycao que era un trozo de pan de viena con chocolate muy espeso dentro. Me encantó, por cierto, pero se parecía al Bollycao original como una fábrica de verdad a aquel despiporre.

Son demasiadas cosas que contar para tan poco espacio. Kirios Nikos, María, Giota, Dimitra, Morfo, Irina, Marsa...

Creo saber ya porque he recordado PanricoHellas. En momentos de enfermedad, de hastío vital y profesional, de fracaso no aceptado, vale saber que hay un sitio aún peor, aun en la memoria que todo lo adorna y hace digerible. Lo mejor de todo es que a pesar de tanta experiencia nunca se acaba de aprender. O dicho de otro modo: nunca se aprende.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Drink beer out in the country


Una de las canciones del grupo de rock independiente Grandaddy dice:

Last night something pretty bad happened.
We lost a friend,
All shocked and broken,
Shut down, exploded.

JED-E3 is what we first called him.
Then it was "Jed,"
But Jed's system's dead.
Therefore, so's Jed.

We assembled him in the Kitchen,
Made out of this and
Made out of that and
Whatever was at hand.

When we finished Jed we were so proud.
We celebrated,
We congratulated,
At what we'd created.

Jed could run or walk, sing or talk, and
Compile thoughts, and
Solve lots of problems.
We learned so much from him.

A couple years went by and something happened.
We gave Jed less attention.
We had new inventions.
We left for a convention.

Jed had found our booze and drank every drop.
He fizzled and popped,
He rattled and knocked,
Finally he just stopped.

Puede parecer una de las canciones más absurdas de la historia, pero acaba siendo una de las más emocionantes. Sobre todo, cuando en el mismo disco (el inigualable The Sophtware Slump) encontramos una glosa a la misma:

Apparently before Jed had left us
He wrotes some poems
Wrote them for no-one
But I guess I'll show them
Here's one of Jed's poems

You said I'd wake up dead drunk
Alone in the park
I called you a liar
But how right you were
Air conditioned TV, lend 20 grand
Walk to the bank
With shakes from the night before
Stare at the tiki floor
High school wedding ring
Keys are under the mats
Of all the houses here
But not the motels
I try to sing it funny like Beck
But it's bringing me down
Lower than ground
Beautiful ground
Beautiful ground

Test tones and failed
Clones and odd parts made you

Son solo dos ejemplos máximos de la poética de Jason Lytle, el único personaje (si exceptuamos a George Lucas) nacido en la modesta ciudad de Modesto, California. Podemos imaginarnos el sitio (basta con ver American Graffiti), con sus calles perfectamente trazadas, los amplios espacios, el buen tiempo y las pocas cosas que hacer. Jason aprendió a tocar el piano cuando era pequeño, si bien no mostró un especial interés por ser músico. Lo suyo era salir del pueblo, y lo hizo dedicándose al skateboard (algo muy americano, la verdad). Una lesión del ligamento cruzado anterior lo retiró prematuramente. Qué quedaba pues? El aislamiento. Trabajar en una planta de tratamiento de aguas le puso en contacto con la idea de maquinas que funcionan, se estropean, mueren, en condiciones de aislamiento y soledad. La tecnologìa que nos rodea como una forma de medio natural superpuesto al propio medio natural que habitamos. Obsolescencia tecnológica en robots creados para cometidos diferentes de los que acaban por desarrollar. El fracaso como medio compartido. Máquinas y hombres conviviendo y autodestruyéndose en lejanos espacios deshabitados.

Así fue como Lytle decidió comenzar desde la nada, comprando sintetizadores, trucando teclados, experimentando con sonidos y arreglos. Sus amigos pensaban que se había vuelto loco, y el día en el que compartió con ellos la primera demo con sus primeros temas nadie pudo creer que aquellas canciones fueran obra suya. Un a extraña mezcla de los Pixies, Pavement y la música minimalista de Philip Glass. Formó una banda, grabó un disco, nadie le hizo caso. Se emborrachó, se drogó, bebió y tomó drogas y grabó canciones hasta que su música encontró salida en un disco publicado sin publicidad y en una compañía ruinosa. Lo máximo que consiguieron fue hacer una gira como teloneros de una banda que hacía versiones de Thin Lizzy. Luego llegó el descubrimiento de la mano de Howe Gelb, a quien Lytle, absolutamente borracho, le dio una cinta en un concierto en San Francisco. Fue el verdadero comienzo. La crítica los aclamó, pero sus discos no se vendieron y las giras fueron más alcohol y cocaina que otra cosa. Jason componía en calzoncillos, llamando a su dealer, y construyendo arreglos entre rurales y cibernéticos. Finalmente la banda se rompió por falta de dinero y exceso de sustancias.

De Modesto a Montana. Lytle rompió con su novia y su pasado. Se aisló en una cabaña en las montañas y compuso otro disco que grabó con la consigna: "no more weird arrangements...at least for this album". Su título es Yours Truly, The Commuter, y el lirismo de estas canciones no se deja describir sin caer en una adjetivación ya usada. La soledad provocada y los nuevos comienzos. Algo de eso.

Como decía en una de sus canciones:

Here I sit and play guitar
Drink beer out in the country
Having narrowly escaped my trip
Into town and now it's sunday
So here I sit and play guitar
Count stars out in the country
Having narrowly escaped my trip
Into town, and now there's no one around

jueves, 19 de noviembre de 2009

viernes, 6 de noviembre de 2009

Vómito de Viernes


Tolstoi decía algo parecido sobre las familias. Lo mío son los lugares: Todos los sitios hermosos son más o menos iguales. Ya estoy harto de tanta belleza. En esta tierra enferma que se llama Cataluña no encuentro otro motivo de felicidad que acumular fealdad a mi alrededor. El pasado jueves (ayer, no?) fue Molins de Rei. Llego a una calle que parece la calle principal del pueblo, enlazando desde un polígono industrial de segunda y avanzando hacia el centro de la villa entre casas semiderruidas. En mi bolsillo una muestra de orina mañanera y aún caliente. Asepeyo. Me siento en una minúscula sala de espera. Un proletario con chandal del Barça, colección de piercings, y expresión de estudiado asco. Otro señor algo mayor, bigote de los años 80, que lee el Autopista. Me llaman y comienzo la revisión. Una doctora caribeña y fea. Las mismas preguntas de siempre: "Bebe a menudo?". "No, alguna vez los fines de semana con la comida", miento con alegría. No puede ni imaginar que se encuentra con lo más parecido a un borracho de derechas. Llegado cierto momento me hace bajarme los pantalones y me toca los muslos. Mis calzoncillos deliberadamente arcaicos le han debido conmover. Al menos a mi sí. "No, no hay signos de lipoatrofia", dice. Ya, ya lo sé, la atrofia está en otra parte. Está en sentarse cada día a pedir continuas disculpas a señores feos y señoras gordas de los USA. Me hacen pasar a la sala de extracciones. Me miden y obtengo un portentoso 1m93cm. 7 más que cuando me tallaron para esa mili que nunca hice. Esta medición me recuerda otra mucho más trascendental hecha en los tiempos de los recreos, las palmeras de chocolate y los bigotillos delatores. 15cm. La regla Safta desde la base del pene erecto hasta la cabezona cúspide. 15, Dios! parece poco... Momentos de desazón. Y si mido desde más abajo? La posibilidad de ir moviendo la regla hacia abajo y atrás ("a este ritmo me acabo metiendo la regla por el culo"). La fortuna en forma de encuesta mundial unas semanas después. La media mundial es... 13cm. Entre el jolgorio de las calles un suspiro de alivio. Me demoro en recuerdos tan hermosos hasta que la enfermera decide medirme la vista. Interminables secuencias de letras. "Las ves? Y ahora?" Me mide un ojo primero y no acierto ni una. Pasa al otro ojo usando las mismas secuencias. Acierto casi todas. No he podido evitar memorizarlas. "Humm", me dice, "ves mucho más con un ojo que con el otro". Mi prodigiosa memoria vuelve a arruinar otra prueba. Me callo y prometo ir al oculista. "Ahora te sacaremos sangre. No te marearás?". Nunca me he mareado. Tengo miedo de decir no y marearme justo a continuación. Decido optar por el término medio. "Soy un poco aprensivo". La medida de la tensión (10-7) convence a la enfermera de mi tendencia al eufemismo. Me hace mirar al otro lado, me da una gasa empapada en alcohol ("póntela en la nariz"), controla mi respiración ("toma aire por la nariz y expúlsalo por la boca.. así ,muy bien"), y refuerza mis reservas de glucosa depositando un sobrecito entero de azucar en mi lengua extendida ("deja que se vaya diluyendo"). En ese momento entra la clásica enfermera guapa y exclama: "ay que ver qué hombres tenemos hoy en día". Con el azucar inundando mis caries solo acierto a sonreir a la manera de los siervos de la gleba. Unos minutos después, y descaratada cualquier vomitona, salgo a las calles tambaleándome como siempre he hecho. Y con todo esto Larkin era capaz de hacer todo aquello, pienso hasta llegar a la parada de taxis. Al menos he visto la pinta que tienen las Siete de la Mañana en estos tiempos.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Tan Lejos


Aquí es donde somos tu y yo. En estas cartas, en las cartas que nos vieron hace ya un tiempo. Pero también aquí, más viejos y desgastados por eso que uno nunca comprende hasta pasar líneas de sombra y plazas llenas de sol y ruido. Pero seguimos siendo nosotros. Aunque necesite verte. Aunque sea para verte bailar un rap mientras lloras.

Far, far away
From those city lights
That might be shining on you tonight
Far, far away from you
On the dark side of the moon

I long to hold you in my arms and sway
Kiss and ride on the CTA
I need to see you tonight

And those bright lights
Oh, I know it's right
Deep in my heart
I'll know it's right

By the bed, by the light that you read by
By the time that I get home to say good night
I need to see you again
On the dark side my friend
On the dark side

martes, 27 de octubre de 2009

Vienna o Viana?


Todo el cansancio acumulado durante los últimos 4 días. Un viaje en avión. La jornada en la oficina y el trabajo atrasado (el trabajo retrasado, más bien). La llegada a la casa. Leer. Dormir.

Me levanto. 9 horas de sueño. No mucho más que hacer. Me siento a leer Lucky Jim con cierta resignación. Unos minutos después comienzo a emocionarme. De verdad. Lo que parecía ser una novelita humorística adquiere una rara condición trágica. Jim, el protagonista, intenta dar una conferencia sobre "La Vieja Inglaterra" absolutamente borracho y derrotado (sentimentalmente). La estructura de clases. La falta de ilusiones que precede necesariamente a la madurez. La imposibilidad de la perfección en el amor. La miseria moral de los otros y la mísera condición de uno. Intento encontrar una banda sonora para tanto despliegue. Percy de los Kinks parece perfecto. Encaja incluso demasiado bien. Ideo un entreacto mientras pienso en algo diferente. Gomez, 1000 Times. La escucho dos veces y al final de la segunda audición me decido. Vienna de Ultravox. Los absurdos mecanismos mentales que me llevan a asociar Lucky Jim con Vienna, Midge Ure con Kingsley Amis, quedan deshechos ante el sonido del timbre.

Nadie llama a esta casa salvo para quejarse de las fugas de agua. Me acerco a la puerta con sigilo. "Endesa!!", gritan al otro lado. Abro y veo a dos tipos vestidos con un extraño uniforme (Endesa se lee en el jersey). Uno pequeño y algo parecido a Larry Appleton. Otro negro, con varios pendientes y piercings, de cejas depiladas y expresión asustada. Comprendo que la expresión del primo Larry es también de pánico contenido. Si tuviera un espejo a mano vería a un tipo de pelo sucio y ratonil, camisa de cuadros sobre un pijama deshilachado, expresión ausente y fiera al mismo tiempo, palidez cavernosa y voz de ultratumba. Pero quizá lo peor sea el decorado que presido. Un fluorescente tirado, una maleta a medio abrir, varias sartenes metidas en una bolsa de Caprabo, un tendedero, montañas de libros apiladas, una música que premonitoriamente dice una y otra vez: "this means nothing to me". No necesito hablar. El pequeño suelta una retahila sin sentido aparente. Oigo hablar de liberalización, de rebaja en el gasto, de descuento, de mi última factura. Repite esto último: "deme su última factura". Como si estuviera siendo torturado pregunto: "pero.., cuál es su propósito?". Digo esto mirando primero al pequeño y luego al negro. El tono de desesperación, de estar-tan-lejos, ha sido tal que el negro hace un ademád de huida. El pequeño insiste: "una factura cualquiera nos valdría... la liberalización... recibirá un descuento". "De cuanto?", pregunto finalmente. "Un 2%... solo necesito una factura...". "No,. no", digo con tristeza, "pagaré ese 2%". El pequeño y el negro se miran. El pequeño reune unos cuantos jirones de espíritu comercial y sugiere: "podría venir otro día... dígame cuándo le viene bien". "This means nothing to me", suena tras de mi. "No, no quiero que vengan...nunca", digo como si hablara con un demonio del pasado. Derrotado, cerrando la puerta sin aliento, vuelvo a mi sillón. "This means nothing to me, Ooohhh Vianaaaaa!".

viernes, 23 de octubre de 2009

Él no es educado ni responsable


Utopía. Thomas More se revuelve descabezado en su tumba mientras oteo un improbable horizonte sevillano-lesbiano. Qué nos ha traído hasta aquí? Antonio y yo nos imponemos una disciplina propia y exigente: la conversación no puede decaer, y continuamos hablando con la diligencia que nos caracteriza. Virginia atusa la barba de mi hermano. Parece una niña pequeña de perfecta dicción. Sus ojos podrían atravesar las paredes de este dudoso lugar y llegar a la Alameda, San Lorenzo, los primeros juncos en el río, una portada de una primera edición de un libro ya leído. Fran se vuelve a hacer la misma foto de siempre con los mismos 4 de siempre (Fab Four). Me pregunto qué será de él con el paso de los años. Veo una imagen: un tipo de pelo corto y grisáceo, 50 años, sale a comprar el pan y el ABC mientras pasea a su perro. Nos da la espalda y se agacha a recoger lo que indudablemente es un mojón canino. Sonrío para mi y echo un vistazo al otro lado. María parece absorta en algún pensamiento lejano. Por un momento su eterna expresión de inocencia risueña se vuelve poderosamente grave. Si tuviera que describir una imagen del norte sería esta: la perfección moral de un peinado perfecto.

Pero, qué hemos venido a hacer aquí? Beber, dice Fran gesticulando. Nos acercamos a la barra. La prevención contra el garrafón nos hace dudar. Rives, Larios, Sapphyre? Reforzado por mis 50 euros pregunto con descaro a la camarera de cara triste: "teneis algo que no sea garrafón?" La expresión de caratriste se vuelve si cabe más triste aún, con ciertas notas de fastidio. No, no tienen garrafón aquí, responde sin convicción. Comienza a servir las copas en silencio mientras nosotros hablamos, hablamos, hablamos.

Poco después la camarera caratriste entra en la trastienda tras la barra. Otra chica de aspecto indefinido le pregunta qué le ocurre. Caratriste echa un vistazo por la puerta y señala en el fondo del bar a una figura alargada y con gafas que se toca continuamente el flequillo. Mind the Gap? Él no es educado, dice con ganas de llorar. Ni responsable, le contesta su amiga como si una paloma hubiera iluminado la habitación.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Jordan Baker, Nick Carraway y la Honestidad


Entre las cosas curiosas que sobre El Gran Gatsby se pueden decir está el hecho de que la portada de la primera edicíón fue diseñada por el hermano de Xavier Cugat, o que el título que Fitzgerald había pensado originalmente era Trimalchio in West Egg (Trimalchio es un personaje del Satyricon de Petronio), o que el profesor de literatura de Fitzgerald en Princeton murió amargado y afirmando que el libro no podía ser suyo, que Fitzgerald, un payaso como alumno, no podía ser el autor de tamaña obra maestra.

Dejando el anecdotario a un lado y centrándonos en el libro en sí, o más bien en esas cuestiones tangenciales o no estrictamente protagónicas del libro (a la manera de los cervantistas o esos tipos que viviseccionan Hamlet), uno de los aspectos que más me llaman la atención es la relación entre la golfista (que no golfa) Jordan Baker y el protagonista-narrador Nick Carraway. Como recordareis, Nick conoce a Jordan en casa de los Buchanan. Jordan baker es una golfista profesional que destaca por su belleza, su falta de entusiasmo por todo y cierta displicencia a la hora de tratar los asuntos serios de este mundo. Varios serán los encuentros que Nick Carraway (soltero, bien posicionado aunque no adinerado, suceptible de encontrar mujer o ser encontrado) y Jordan Baker tengan a lo largo del libro, en los que aparte de compartir sus informaciones acerca de la trama principal (el affaire Gatsby-Daisy) comenzarán a dar cuerpo a cierta subtrama-flirteo que no acabará de cuajar. La razón de ello? Serán diversas las ocasiones en las que Carraway intente recordar cierto hecho relacionado con Jordan del que fue informado en un pasado. Un asunto turbio que es incapaz de poner en pie pero que le irá obsesionando a medida que en los diferentes encuentros Jordan incurra en pequeñas mentiras, omisiones o acciones de dudoso carácter moral. Es una de estas acciones, una temeraria conducción que está a punto de provocar un grave accidente y que Miss Baker resuelve con un y-a-mi-qué, enciende la luz de Carraway. Jordan Baker fue cogida haciendo trampas al golf. Ya hacia el final del libro, y tras el desenlace (que me ahorro contar), Jordan pregunta a Nick si se volverán a ver, y Nick contesta que no, que no tiene suficiente confianza en la honestidad de Jordan como para seguir siendo amigos y, menos aún, algo más.

Algunos han querido ver en esta decisión de Nick Carraway un punto insoportable de mojigatería. Recordemos que en uno de los primeros párrafos dice de si mismo ser una de las personas más honestas que conoce. Sin embargo, su comportamiento a lo largo del libro es ejemplar y hace honor a tan pomposa afirmación. Cuando miente lo hace apoyado en un bien ulterior mayor, es el único capaz de reconocer la altura moral de Gatsby por encima de prejuicios (solo ojos de buho le acompañará en el entierro) y, por otra parte, descubrir la debilidad en este sentido de todo el clan Buchanan (Jordan incluida). Será también el único en aceptar su propia cobardía cuando acabe estrechando la mano de Tom Buchanan (un acto reflejo casi), y su vuelta al midwest es una forma de redimir lo que pudo haber hecho mal durante toda la historia.

Así pues, de la rimbombancia y rigidez de pensamiento que Nick Carraway hace gala al inicio pasamos a la humildad y lucidez de sus últimas frases. El itinerario moral que sigue capítulo tras capítulo le hace comprender que la honestidad, la honradez no son consecuencia obligada de su invocación constante o la observación de rígidas normas de comportamiento (la paradoja de Kant sobre el asesino de niños), sino la capacidad para elegir la opción moral adecuada ante los sucesos que nos acontezcan y la humildad para reconocer los errores cuando sucedan. Añadiré uno más. La sinceridad con aquellos que están a nuestro lado y afrontan con nosotros las consecuencias de nuestros actos. Una sinceridad reflexiva y profunda (no la simple verdad sin alma), la sinceridad que merecen los amigos.

martes, 13 de octubre de 2009

Tiempos Difíciles - Para estos tiempos


Sábado por la mañana. Aloe Vera / Acidophilus 40+ / Eleuterococo (también conocido como ginseng siberiano) / Agua de Mar Quinton Hypertonic (del Canal de la Mancha). Nada impide sin embargo un nuevo arrebato diarreico.

No acabo de recordar qué compra Íñigo. Yo me hago con El Ruido Eterno (a recomendación suya) sobre la música clásica del S.XX, La Muerte de Bunny Munro (Nick Cave) con El Origen del Mundo (Courbet) en la portada - ese tipo de libro que no regalarías a la familia política, y Tiempos Muertos, una especie de catálogo de impresiones de Roger Wolfe, escritor total (así le llaman). Dos cervezas en la librería asientan mi estómago desmadejado. Hablamos de casi todo, y de casi todo hablamos muy bien (con soltura, con brillantez). Recupero en parte el ánimo y la confianza perdidos esta última semana.

Después de comer. Por error tomo un café solo. Estoy solo y tomo un café solo. Leeré los periódicos y luego leeré medio libro de Wolfe. Seré capaz de leer el libro de Wolfe, ver el futbol en TV y prepararme para la cena en casa de Laura. Comienzo a notar mi estómago y su pretensión de lanzar hacia arriba todo aquello que ha de ir hacia abajo.

Sábado por la noche. Bebemos vino y cenamos pasta con garbanzos y algas. Discutimos sobre economía. Al principio lo hacemos con alegría. Pronto comenzamos a agriarnos. Economía y política. Pablo y yo acabamos acaparando la conversación. No estoy de acuerdo con nada de lo que dice. Más bien, no quiero estar de acuerdo con nada de lo que piensa decir. Niego sus argumentos desde un principio. Pablo comete el mismo error una y otra vez. A cada comienzo suyo: "comprenderás que...". Le contesto: "no, no comprendo". Si dice: "a nadie se le ocurre pensar..". Yo respondo: "sí, a mi". Aburrimos a Martin y Laura que quieren irse a dormir. Yo también.

Eldorado. Pablo quiere tomar una copa y yo no. Al final tomamos dos en Eldorado. La charla es sincera (por primera vez en muchos meses), demasiado quizá. A nuestro alrededor muchachas ya talluditas con ridículas expresiones de mujer fatal. Apuro la segunda copa rapidamente, como si fuera un jarabe. Nos vamos y algo dentro de mi comienza ya a marchar mal.

En la TV Peer Gynt. Una multitud de finlandeses tirados en la hierba de un auditorio al aire libre. Cinco minutos más tarde vomito la cena (las algas en primer plano). Me siento frente a la TV, aliviado. Lo que comenzó en Eldorado toma finalmente forma. Un cansancio único, concreto, definido. Una sensación irrevocable de fracaso que me impide mover un solo dedo. Paso dos horas paralizado (Peer Gynt mediante) hasta que un rescoldo de cordura me levanta y conduce lastimosamente a la cama.

Domingo mañana-mediodía-tarde. Ácido despertar. Lo peor, sin embargo, es descubrir la angustia otra vez ahí, otro domingo. No poder ver el baloncesto, no poder leer. Salgo a comprar los periódicos, algo de sopa, jamon de york. Simulo comer y me planteo dormir. No hay nada que hacer. Acabo leyendo los periódicos. Una foto de Lula me hace llorar. Una absurda foto de Lula me hace llorar sin consuelo, amargamente, sin ruido. No son ni las 4 cuando salgo a la calle. Decido caminar sin alejarme demasiado de casa, recorriendo círculos concentricos. Llego al parque de la Maternidad. La celebración de un cumpleaños me hace pensar en la Pax Catalana, y en lo innoble que mi presencia de inmigrante angustiado ha de parecer. "Toca al leproso", dan ganas de decir, pero no digo nada. Dos horas después me dejo caer en la cafetería de un hotel para tomar una coca-cola y leer El País.

la segunda parte del Betis es infame. Algunos borrachos no acaban de entender lo que están viendo, y no es culpa suya. Los tipos de la camiseta verdiblanca muestran la intensidad de un gran depresivo. El bar, sin embargo, vive de manera arrebatadora. Un amplio grupo de bajísimo nivel social celebra algo parecido a un cumpleaños. Ellas parecen putas y ellos chulos. Los niños visten de manera inenarrable. Sin embargo, cuando se reunen en parejas o grupos más pequeños a conversar uno descubre que no son delincuentes, tan solo son pobres e ignorantes. Se toman dramáticamente en serio y no creo que lleguen nunca a comprender el alcance de su tragedia. Qué pensaran de mi? Solo, con una botellita de agua y un paquete de patatas, mascullando por lo bajo juramentos a la pantalla. Ni siquiera me habrán visto. Para ellos seré invisible: por delgado, pálido, pensativo, silencioso. "Mira cómo vive la gente", decia L.G. Montero en un arrebato de poesía social y nueva sentimentalidad. Esa es la diferencia, ellos no nos ven.

Son las 3 de la mañana y una orquesta de pueblo retrasa mi llegada a un día necesariamente mejor. Juan Luis Guerra, La 5ª estación, Chenoa... Ante el final del concierto, un grupo de jóvenes juega a querer continuar la fiesta. Yo me agito debajo de la manta y repito para mi como una letanía sin final: hijosdeputa-hijosdeputa-hijosdeputa....

Hoy es lunes 12 de Octubre, Día Nacional de España. Sin aspavientos, mirando un suelo lleno de serpentinas y una calle vacía, me digo: Viva España.

jueves, 8 de octubre de 2009

Sevilla - Londres - Mikensa (I)


Te acuerdas Antonio? Mi hermano nos llevó a Málaga, al aeropuerto. Aquel vuelo que acabamos comprando en la agencia de viajes (ya desaparecida, como no) de la calle comercial con menos éxito de la historia: la calle del Instituto. Te acuerdas, verdad? La rubia que nos vendió el vuelo, que nos contó su experiencia en Londres y nos dio aquella recomendación absurda que guardamos como último recurso y acabó siendo el primero: hablen con el señor Mikensa. De mi casa a Mikensa, pasando por un vuelo Málaga-Londres, mientras esperábamos a despegar, comiendo una de esas agujas de atún que mi madre lleva años comprando en El Corte Inglés, y yo, incapaz de acciones originales, vuelvo a comprar en el Opencor.

Llegamos a Gattwick a mediodía. Después Victoria Station y de allí a Earl´s Court. Nos quedaríamos en casa de Jose, en uno de los planes más absurdos y peor conformados de la historia. Le habíamos visto unos días antes de nuestra marcha, mientras estaba de vacaciones. Le parecía bien que nos quedáramos en su casa, pero desgraciadamente no podía avisar a su compañero de piso. De todos modos daba igual. Nos escribía una nota para que se la diésemos a él. No habría problema. Así pues, un papel garabateado con la ilegible letra de Jose era nuestro pasaporte (más bien nuestro salvoconducto) al Londres ciudadano y respetable. Fue la visión de la calle y sus casas de victoriano recibidor blanco lo que nos congració con la decisión que habíamos tomado. El sol salía y se iban las dudas que había visto en ti, Antonio, cuando parecías ponerte un impermeable a todo lo que veías alrededor, a todo lo que oías, como si quisieras negar el hecho de que estabas lejos de casa, en un lugar del que nunca habíamos oído hablar: la pobreza.

Subimos a la casa (un fuerte olor a pintura rancia) y por primera vez en el día pudimos sentarnos y descansar. Aquí viviríamos hasta que encontráramos una habitación propia. Era un apartamento, mejor dicho un estudio, con la zona de camas (dos gemelas) separada del salón por una cortina. Cocina integrada y baño similar a un armario. Posters de películas de terror (Texas chainsaw massacre) y grupos de heavy satánico decorando las paredes. Una play, una TV, y más CD´s satánicos. Mucho videojuego y una revista abierta tirada en el único sillón de la casa: el plano de Resident Evil II. Recuerdo que nos miramos y comenzamos a dudar del que iba a ser nuestro compañero de piso durante la siguiente semana.

Sin embargo, y junto a la posible desazón que tanto cabo suelto nos provocaba, una irrefrenable sensación de libertad parecía poder compensar cualquier imponderable. El Chino nos había dicho por teléfono el día anterior que vendría aquella tarde, y decidimos salir a recibirle. Ya instalados. Londinenses finalmente. Nos sentamos en el murito que delimitaba la propiedad, los pies colgando a ras de la acera, y vimos a la gente pasar y envidiar nuestras sonrisas y nuestra paz, mientras yo tarareaba Sittin´on a fence de los Rolling Stones y tu hacías comentarios mordaces sobre todo lo que veías.

Poco después llegó Javi con su habitual tono de sorpresa y sarcasmo: Quillo, que hasei´ahí? Tenía el aspecto de un oficinista recien salido del trabajo. El único problema es que no tenía trabajo y uno no podía saber muy de dónde había salido. Probablemente en el maletín llevara tan solo un sandwich de Peanut Butter que, según los rumores, era el unico ingrediente de su dieta en aquellos momentos. Aquel encuentro nos devolvió algo de las fuerzas que la caída del sol parecía querer llevarse. Miraste, o buscaste los últimos momentos de calor antes de que el invierno llegara aquella noche para todos nosotros.

jueves, 1 de octubre de 2009

JOBCENTRE


Os acordais? Apenas llevabamos un día en Londres y Antonio parecía venirse abajo por momentos. La tarde anterior, entre el viaje, el ajetreo de mapas y metros, la llegada al piso de Earl´s Court, la llegada del Chino y sus quejas de siempre (quiiillo, que hasei´ahí sentao?), el simulacro de fiesta flamenca, Manolo Escobar...la verdad, no hubo demasiado tiempo para arrepentimientos. Es cierto que cuando el italiano satánico nos quiso echar a la calle en plena noche las cosas comenzaron a torcerse. Más aún cuando el mierda aquel nos sacaba de la cama a la 7 de la mañana y nos hacía esperar a mi hermano en la estación de metro casi dos horas. El viaje desde las buenas zonas a los barrios de mala muerte fue definitivo. Antonio apenas hablaba, mi hermano Daniel usaba de nuevo su tono de veterano de Vietnam (no hay tiempo que perder / no hay dinero que gastar) y yo me movía entre ambos registros sabiendo que no tenía nada que perder (era un caso perdido).

Llegamos a Harlesden, a la casa de mi hermano (y 7 u 8 más) a eso de las 11 de la mañana. Era verano pero olía a invierno. A humanidad resguardada de amenazas externas. Yo, como siempre, me senté en un sofá y encendí la TV. Mi hermano corrió las cortinas con claros gestos de censura a alguien ausente: "no pagamos el impuesto, nos pueden multar!". Más tarde Daniel nos dió de comer beans, pan tostado, margarina y mermelada (hay que cosas que no cambian, pensé). Antonio apenas probó bocado. Otros miembros de la casa entraban y salían, nos saludaban y lanzaban mensajes del tipo: ya nos ha contado tu hermano de ti, con la entonación medio canalla que los catalanes intentan cuando hablan con andaluces. Una malagueña con pinta de hippy/okupa nos oía hablar con embeleso de Andalucía mientras repetía sin parar: "que guay tío".

Habíamos quedado con el Chino por la tarde. La idea era hacer algo de piña, supongo, pero mi hermano pensó que lo mejor era ir a un Jobcentre: "cuanto antes encontreis trabajo mejor". Para rematar el plan compró el Loot y nos puso a buscar habitación en el trayecto hasta nuestro meeting point. El Chino apareció con un aspecto muy atildado, de niño bueno, más bien de niño que quiere trabajar. Sus expectativas laborales estaban por encima de las nuestras. Oficina vs Cocina, se podría decir.

Entramos en el Jobcentre y comencé a explicar a Antonio como funcionaba el asunto. Una serie de fichas situadas en unos biombos informaban de las ofertas disponibles por sector. Bastaba con elegir unas cuantas, apuntar las referencias, rellenar un breve fichero y entregarlo en una ventanilla. Al poco tiempo (unos minutos) nos llamarían para entrevistarnos, paso previo e ineludible para la entrevista con el empleador.

Antonio y yo nos pusimos a ello: kitchen porter, kitchen assistant, buser... El Chino buscaba centros de servicios, y mi hermano echaba un vistazo a la fauna de jovenzuelos que intentaban hacerse hombres en una ciudad más adecuada para las ardillas o los galeses. Entregamos nuestras fichas y comenzamos la espera. Antonio era el más callado, el más desesperanzado y también, probablemente, el más asustado. Años de clases de inglés en el San Francisco de Paula y el IB Velázquez no le servían para contestar con garantías a preguntas del tipo: what´s your name? Fue el primero en ser llamado ("Anchóniou!") y el primero en regresar. "No sé quillo, no me entero qué me decía..". Mi entrevista fue simple. Kitchen Porter / Español / más de 1 año / sí, en España / esta es mi dirección. Se pondrían en contacto conmigo. Mientras, el Chino seguía esperando:
"Quilloo, que hase´hta hente?".
"No sé Javi, ve a preguntar o algo", le dije. Fue entonces cuando advertí que cierta letanía se repetía por megafonía: "Jabba, Jabba, Jabba". Jabba? Jabba the Hut? El implacable perseguidor de Han Solo?
"Quillo", le dije al Chino, "Jabba, eres tu!".
"Que dise quillo? Jabba yo?"
"Qué nombre les has puesto para que te avisen?"
"Po Javi, quillo"
"Javi..Jabba...quillo que te están llamando"

Pues sí, el Chino fue al mostrador, le echaron una bronca por no responder a su nombre, no consiguió el trabajo y se volvió a Maidenhead en un tren muy aburrido según propia confesión.

Antonio, mi hermano y yo volvimos bajo una fina llovizna a Harlesden. Las calles se habían vaciado y en los autobuses solo viajaban currantes, deshechos humanos, combinaciones de ambas cosas, unos portugueses muy tristes y unos españoles nostálgicos. Uno de ellos lloró aquella noche como hacía tiempo que no lo había hecho.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Días enfermos en Barcelona


Lunes 28.

Mañana. Despierto cada 10 minutos. Tengo la sensación de no poder dormir seguido más de un rato. Nerviosismo inexplicable, frío y calor alternos. Una canción constantemente en mi cabeza (The Fear, Pulp) y el miedo real a no ser capaz de aguantar toda la tarde en la oficina.

Consigo despertarme a eso de las 13 horas y compruebo mi capacidad psicomotriz. Mareos en los primeros pasos, signos de fotofobia, ansiedad. Me pregunto si aún sufriré los efectos del envenenamiento alcohólico del sábado noche. No más Karma, me digo, y el mensaje parece ir mucho más allá de una discoteca y una noche de farra.

En la oficina. Una expresión inglesa para definir lo que apenas puedo disimular: The Jitters. Estos temblores, esta ansiedad: el rasgo más terrible de una resaca que no puedo comprender. Puede que se deba al hecho de haber dormido casi todo el domingo (siesta de 6 horas). He retrasado lo inevitable. La penalización por incidir en el garrafón.

Mi estómago dice no, como Raimón. Diarrea y naúseas. Apelación a la Loperamida y al Primperan. Pienso como los maratonianos: aguantar es mi única divisa. Las horas pasan y busco en google remedios a mi mal: ducha caliente (ya lo hice), huevos, pan tostado, vitamina B... Y si estuviera enfermo y errara el tiro? Desde cuando alguien difiere una resaca 24 horas sin causa aparente? El mañana nos dirá. A la cama con miedo y ganas de olvidar este día.

Martes 29.

Otra mala noche. Sinfonía ciudadana en las primeras horas del día. Cómo es posible que en los albores del tercer milenio se anuncie la llegada del butano a base de martillazos? Cómo se puede dejar la responsabilidad de transportar centenares de bombonas de gas altamente explosivo a un conjunto de salafistas?

Despierto desde temprano. El mareo parece haber remitido pero el cansancio (sueño acumulado) es mayor. Actividad como remedio. Compro agua, papel higiénico, el famoso borrador mágico de Don Limpio. Mis preciosas Asics parecen salidas de un estercolero tras la noche del sábado. Me empeño con el susodicho borrador y las manchas desaparecen. Creo en la publicidad.

Un zumo de naranja como único desayuno. Terrible elección. La acidez se vuelve intolerable camino de la oficina. Un trozo de una empanada no demasiado gallega hace el resto. Comer así conseguirá acabar conmigo. El mareo vuelve, y con él cierta sensación de malestar general. Paracetamol. Entre tanta desgracia Stephanie supone un descanso. Ayer fue una camiseta, hoy el delantal y el descubrimiento del Jengibre en polvo. Desesperado por creer asumo su condición de oráculo. Mañana a por el jengibre.

Consigo a la tarde comprar el billete para Zaragoza. El fin de semana es mi único objetivo. La Mona me da ánimos para seguir. Yo infantilizo algo mi discurso en busca de protección y mimo: nunca se acaba de crecer. Entre tanto, y con sorpresa de Ramón, renuncio a la cerveza que me ofrece y pido una naranja. La superstición de las vitaminas también me afecta. No contento con esta deriva escribo a Paravicini y le pido consejo sobre el Jengibre para después decidir que reactivaré mi interés por la levadura de cerveza (revivificada). Hoy soy terreno abonado para cualquier secta destructiva.

Antes de dormir leo con profusión y gusto. Quién tuviera un estómago inglés o se llamara Waugh...

Miercoles 30.

Sin duda estoy enfermo. Enfermo de no dormir. A la manera de las heroinas cloróticas modernistas (simbolistas, parnasianas...) comienzo a experimentar una hiperestesia preocupante. Mis sentidos se disparan y confunden. Cualquier ruido, cualquier contacto, cualquier fogonazo es capaz de llevarme al paróxismo. Ayer fue una mosca a la que maté con una saña gratuita. Pienso que mañana volverá a ser un día terrible y por tanto intento dormir aún a sabiendas de que el devenir matutino de mis vecinos está por comenzar.

Agotado me siento a leer. No conservo fuerzas suficentes para ir a comprar (adios jengibre?). Mis riñones están helados, la cabeza me arde, los pies no parecen míos. La familia Waugh me asombra. Bron es herido gravemente mientras sirve en Chipre y su padre no solo no hace nada por visitarle sino que apenas le escribe una carta en 3 meses. Evelyn pensó que su hijo posiblemente fuera el culpable de su accidente y que esa torpeza sería una nueva desgracia y humillación que soportar. No sé si sacar algo en claro de las relaciones paterno-filiales leyendo este libro. Pienso que de haber requerido una mayor comunicación epistolar (como es el caso de los Waugh) las cosas habrían sido muy diferentes en casa.

Ya en la oficina. Descubro que me he quedado sin paracetamol. Bajo hasta recepción y mendigo un comprimido, demasiado poco para mi gusto. Momentos difíciles y nueva petición de auxilio a la Mona. Ella intenta tranquilizarme, pero mis nervios están huidos desde hace tiempo (el control de mis nervios). Mis piernas se mueven sin control, los riñones me impiden estar de pie. Me preocupa mi estómago. Es congestión nasal lo que experimento? El resfriado está aquí, sin duda. La Mona llama a la cordura y yo me avergüenzo por unos instantes.

Una cuarta noche sin dormir? Terminar el libro de los Waugh? Ver la película de miedo que echarán en Cuatro? Hemos acabado por aceptar grandes y evidentes mentiras: Qué suponen unos cuantos bonus o plusvalías con el total que una tasa sobre las transacciones del capital podría aportar? Cómo es posible que se llame Liga de Campeones a un torneo jugado por equipos sin nivel? Es que acaso no ven que el Cartagena podría disputar esa ridícula Champions con más garantías?

Estoy enfermo

jueves, 24 de septiembre de 2009

Punta Umbría


Una calle Ancha que no lo es demasiado. Sentados en una terraza, algunas mesas alrededor, manteles de papel. Para beber Barredero (una concesión a la mitología familiar) y para comer coquinas, boquerones, dorada a la plancha... Un muchacho con sindrome de down (mongolito, que se decía antes) canta fandangos de Huelva arrebatadamente mientras es jaleado por unos cuantos viejos que juegan al dómino (así, con acento en la primera ó). Estas son mis vacaciones.

Vengo a Punta Umbría por las coquinas, podría responder en un falso documental / película-encuesta sobre mi persona. Y no sería cierto, del todo. Quien no ha tomado las coquinas de Punta Umbría no sabe de lo que hablo, pero tampoco quiero magnificar el papel del molusco bivalvo (homenaje a Rajoy) en mis elecciones de ocio. Tiene que haber algo más. Hay algo más. Punta Umbría son los veranos de mi infancia, y todos sabemos lo que eso supone en el imaginario de cada uno. En mi caso: jaurías de perros atemorizantes, sueltos y sin control. Reestrenos a 150 pesetas en el Cine Pescadores (Los Goonies, Granujas a todo ritmo). Helados calle Ancha arriba, calle Ancha abajo. La busqueda desesperada del TP o el Don Mickey en los dos únicos quioscos del pueblo. Jugar al Tour de Francia con los tapones de La Casera. Jugar a las Olimpiadas con los tapones de La Casera. Jugar a los Mundiales con los tapones de La Casera. El Gran Héroe Americano. El Coche Fantástico. La Fuga de Logan (ya, qué le vamos a hacer). La playa, mi madre leyendo el Semana, mi padre ausente, Javier con cara de estar enfermo, Daniel sin soltar la pelota.

Hace varias semanas llegué a casa de madrugada tras una de las escasas salidas nocturnas que me he permitido estos últimos meses. Puse la TV, no tenía sueño, y me destrozó ver que echaban Juzgado de Guardia (Night Court). Creo que pude oir el crrrackkkk dentro de mi, como si años de despreocupación e inmortalidad se hubieran despeñado finalmente. Un instante, una escena, una música que hacía años no escuchaba, un chiste que incluso recordaba, todo aquello consiguió que fuera consciente al fin del paso del tiempo. Había intentado olvidar este momento, esta epifanía, pero ayer fue Primos Lejanos (Perfect Strangers), las desventuras de Balky Bartokomus y su primo Larry, el detonante de este vértigo. Revelaciones como estas explican por qué vuelvo a Punta Umbría cada verano.

Me levanto temprano y salgo a la terraza. Desde el sobreático puedo ver los pinos a un lado (el lado del mar) y las azoteas, sus antenas de TV, rodeándome. Al otro lado están la ría, los esteros, las fábricas. Es temprano, y el ruido de los barcos llega hasta aquí arriba. Llega también el de las olas. Y el de los pinos, el viento entre los pinos, el sonido más claro de la memoria.

jueves, 3 de septiembre de 2009

CERRADO POR VACACIONES


Pues eso, que me voy de vacaciones y no vuelvo hasta el 22.

Resulta curioso que justo ahora que el trabajo, el estrés, las obligaciones y servidumbres cotidianas parecen poder quedarse atrás por unos días (leave them all behind, que decían Ride con mucho ruido de fondo), justo ahora, digo, me empiecen a doler las muelas, me quede sin luz en el salón, y la bañera se emboce para rematar. Se trata del natural infortunio de aquellos que olvidaron lo principal (o prencipal, que diría mi abuela Antonia): que nunca hemos de sobrestimar el valor del trabajo. Lo que realmente importa es la suerte. Por tanto, y para que la fortuna se acuerde algún día de nosotros es preciso que nos dejemos por unos instantes de actitudes trabajosas (como alternativa lamentable a las actitudes trabajadoras) y nos dediquemos al bello arte de la espera, ya sea en una habitación, un bar, un banco del parque o un banco en peligro de quiebra (estos, al menos, tienen aire acondicionado). Está claro, necesito vacaciones.

Hasta la vuelta

jueves, 27 de agosto de 2009

Muswell Hill Blues y III (Rafaiiil..ji,ji,ji)


Et in Arcadia ego, pensé al ver aquel Village Green puramente Kinksiano. Los autobuses rojos me recordaron la caminata y los prados que se extendían hacia un bosque cercano la imposibilidad de una ciudad a pocos minutos. Timidamente me fui acercando a una plaza, el centro neurálgico del pueblo, y desde allí busqué la calle y la casa que debía visitar. Una vía comercial, habitual en cada suburbio, me distraía a base de sandwiches preparados, fruta cortada, batidos de fresa con alto contenido en goma y surtidos varios de grasa refrita. El olor de la inmundicia ciudadana también se había apoderado del hogar de los Davies, y no me extrañó: la batalla debió de haberse perdido allá por el final de la Gran Guerra, cuando lo victoriano dió paso a lo efímero, cuando la gente comprendió que nada ni nadie iba a perdurar. Venía pensando en estas cosas cuando me descubrí alejado del centro, pateando calles con casas similares. Una de tantas sería la mía, y no me equivocaba. Tanto a derecha como a izquierda, en perfecta alineación (había escrito alienación) se situaban construcciones gemelas de dos pisos y apariencia modesta. Todas ellas parecían en muy buen estado, recien pintadas y con jardincitos frontales bastante cuidados. Todas menos una. Subvirtiendo la tradicional paleta cromática británica, una casa en el medio de la calle renunciaba al rojo, azul, blanco de la union jack, al red brick, a la tradicional moldura inmaculada de las ventanas, para proponer una alternativa a base de color natillas caducadas, verde hospital, celeste de cielo sucio y marrón casa de mi abuela Antonia (Daniel, sabes a qué me refiero). El jardín que antecedía desmerecía cualquier calificativo relacionado con la botánica, y nos acercaba más bien al mundo de los vulcanizados (neumáticos para que nos entendamos). Parecía increible que en tan poco espacio se pudiera acumular tanta rueda pinchada. Un escalofrío me recorrió la espalda sudadilla al pensar que aquella podría ser la casa en cuestión. Los Viana siempre hemos participado de un pensamiento algo extraño: simepre nos tocará a nosotros. Bueno o malo. Seremos nosotros los elegidos. La primera manifestación se produjo a mediados de los 70, cuando mi hermano Javier ganó un premio entre todo su colegio. Había que adivinar un número de 1 al 1000. 347 dijo Javier (er sielo le iluminó, como a Lopera) y se llevó la copa. Otro ejemplo es la consecución de mi famosa beca ICEX tras rellenar al tun-tun un examen tipo test de 70 preguntas (150 aprobados entre más de 5000 aspirantes/empollones de toda España). Por supuesto, los ejemplos negativos también abundan y su recuerdo omitiré por ser demasiado doloroso. Pues bien, no me hizo falata cotejar el número escrito en el papel con el número sobre la puerta para saber que había llegado.

Llamo. La puerta se abre. El hombre más feo de Europa me mira.

"Hola, vengo paro lo del anuncia. La habitación doblo....", y algunos desatinos idiomáticos más.

El tipo me invita a entrar. Nada más cruzar el umbral la primera revelación. Huele a meado de burra que apesta. Busco la burra, la causa del olor, busco respirar, busco salir... De repente veo un par de bragas gigantescas colgando de un radiador. Oigo un ruido a mi derecha y observo en la habitación contigua una señora muy gorda y aún más fea que su marido viendo la TV. La conclusión es elemental: la señora se mea encima y pone las bragas a secar en el radiador. Me dispongo a largarme de allí cuando el tipo me pregunta con inusitada dulzura:

"de dónde vienesss? Cómo te llamasss?"

Se lo digo, me mira con sorpresa y empieza a partirse el culo en mi cara: "Rafaiiilll, Rafaiiilll!! Ji,jijijijij...jijijij!!" Yo ya no sé dónde mirar y le pregunto por la habitación. Me acompaña al segundo piso entre risas (las suyas) y miradas de pánico (las mías). Por cambiar de tema le pregunto de dónde es. Grecia. Me animo y le pregunto si hay Rafaeles en Grecia. "Muy pocosss, muy pocosss", dice. Llegamos a la habitación, que me enseña con orgullo. Parece una cápsula del tiempo. Entro y pienso que John Lennon no ha muerto todavía, al menos aquí no. Eso sí, el olor a meado ha viajado con nosotros a los 70. Mi decisión está tomada pero hago algunas preguntas para disimular: hay calefacción? incluidas las bills? hay más inquilinos? Cuando considero que ya he respirado bastante ácido úrico inicio la retirada:

"Yamaró para confrimarrr", le digo
"Ssssíiiii, perfessssto", me responde

Ya en la entrada echo un vistazo a la salita y hago un gesto de despedida a la señora que me responde con una beatífica expresión. Se está meando otra vez, pienso. Salgo a la calle y el casero que nunca lo fue me despide repitiendo: "Rafaiiilll, Rafaiiilll!! Ji,jijijijij...jijijij!!"

El regreso a casa, el desayuno que tomé a las 4 de la tarde, la TV, los gruñidos de Nana por el pasillo, mi hermano de vuelta del trabajo. Le expliqué lo sucedido. Me miró con su mejor expresión sonada.

"He pensado", me dijo, "que mejor volvemos a Sevilla. Yo hago los examenes del primer parcial y tu..."

No siguió. Sabía tan solo que volveríamos, y que yo... Yo ni siquiera sabía que sería de mi. Tres días después volábamos hacia la civilización y la cultura. Volábamos al sur.

jueves, 20 de agosto de 2009

Muswell Hill Blues II (La Carretera de los Españoles)


La luz de la mañana en paises que desconocen las persianas. Solo los muy jovenes conocen momentos como este, me dije parafraseando a Conrad. Daniel ya en el trabajo y yo con mi propio trabajo que hacer aquel día. Me duché condicionado por la obsesión de Nana de no dejar salpicadura alguna en el baño (algo imposible con aquella ducha victoriana). Aún no entiendo cómo aquel cuidado en el baño convivía con la cocina más sucia del hemisferio norte. El mapa, las pocas libras que me quedaban, un anorak verde que compré en las oportunidades de El Corte Inglés... Poco más me acompañaría en aquella odisea.

Serían las 9 de la mañana cuando salí tambaleante a Goldhurst Terrace dirección Muswell Hill. Camino de Hampstead, no muy lejos, compré un Apple Donought. Creo recordar que fue en un Safeway. Apuré la pronunciación intentando simular ser británico pero lo único que conseguí fue parecer albanés. En las calles frío, algunas nubes dispersas, y puestos callejeros de platanos.
Desde Finchley Road llegar a Hampstead significaba realmente subir. Subir a mejores casas, calles más cuidadas, aires más saludables. Escalaba literalmente calles rodeadas de ejemplares casas de ladrillo rojo, mansiones en las que se desarrollaban las novelas de aquella constipated literature que denunciara Burgess (civilizados adulterios, blanca homosexualidad). Todo ello con las manos pegajosas del azucar usado para recubrir el donought, sintiéndome sucio poco después de haberme duchado, con un pelo ratonil producto de una mala elección de champú (nunca más Vasenol), pobre inmigrante a las pocas semanas de dejar mi dorada cuna burgues-sevillana. Hampstead parecía retrotraerme a otro tiempo, a otro lugar. De repente, el golpear de unos cascos de caballo sobre el asfalto me hizo girarme. Un gran carruaje funerario seguido por una colección de señores vestidos de negro atravesó la calle justo delante mía. El cochero vestía levita y sombrero de copa inmaculadamente negros (si el oxímoron es posible). Mientras me alejaba de la escena el paisaje se iba desvaneciendo, simplificando. Poco a poco, la naturaleza se apropiaba de lo que yo creía ser la ciudad más grande de Europa. Las aceras pronto dejaron de existir, y una vereda con vocación de barrizal se convirtió en mi senda. Sin duda me acercaba a Hampstead Heath.

En libros había leído que, hacía no demasiado tiempo, hubo osos viviendo entre aquellos robles. Osos, zorros, plátanos en las calles. Qué había sido de la civilización? Quizá, pensé, mi vida en Sevilla, entre las murallas que me vieron nacer, no había sido más que una ilusión ciudadana imposible de repetir en ningún otro lugar de la tierra. Pensamiento absurdo éste que olvidé ante el profético nombre de la carretera / calle que me disponía a tomar: Spaniards Road.

Así que aquella era la broma que el destino me jugaba entre el frío y la desolación. Miré el mapa y comprobé que efectivamente debía tomar aquella carretera para españoles en continuo ascenso. Bordeando Hampstead Heath y cuidando de no ser atropellado, di un sentido finalmente al lugar. Camionetas de reparto miraban con desprecio y curiosidad a aquel indigente, el único probablemente que podía esgrimir algún derecho de paso. Un interminable camino que debía desembocar en otra vía de alambicado nombre: The Bishop´s Avenue. Grandes mansiones a cada lado, coches de lujo, cámaras de seguridad en las esquinas. Un coche patrulla me siguió por unos segundos, vigilando mis movimientos. Torpemente simulé la desenvoltura de los puros de corazón y evidencié la rigidez de los sospechos en acción. El coche patrulla se puso a mi altura observando sin pudor un rostro lleno de miedo y cansancio. Tal debió ser la impresión de desamparo que el coche dobló en sentido contrario en la siguiente curva. Precisamente cuando las primeras casas de Muswell Hill se hacían visibles junto al primer sol verdadero de aquella mañana.

(CONTINUARÁ)

jueves, 6 de agosto de 2009

Subir a por Aire


Subir a por Aire es el nombre de una de las novelas que George Orwell escribió antes de la guerra (la 2ª, claro). Trata sobre un oficinista (un agente de seguros, si no recuerdo mal) de mediana edad, casado y con niños vocingleros, que una tarde decide volver al pueblo de su infancia con el único deseo de recordar tiempos mejores, más llenos de ilusión, esperanza y futuro. El tema del libro es la alienación del individuo medio en la sociedad urbana-capitalista (un tema muy cercano al primer Orwell). Lo que hace grande al libro (y a Orwell) es el hecho de que huye desde el principio del panfleto político para situarse en un plano más atemporal: el de la crisis existencial. El comprobar que los años pasan, nos deterioramos fisicamente, nos acercamos a la vejez, nos damos cuenta finalmente de que somos mortales, la conciencia nunca demasiado clara y lúcida de que nuestro momento ya pasó (si es que en algún momento existió).
Quiero creer que todos pasamos por situaciones así, como la que he descrito arriba, pero quizá me equivoqué. Quizá la gente celebre sus rutinas como regalos venidos de un dudoso cielo conformista. En España, al menos, años de franquismo crearon una escuela de pensamiento que podríamos llamar "virgencita, virgencita, que me quede como estoy". Era el tiempo en el que Lazaga dirigía una película llamada Los Tramposos, donde un grupo de desgraciados son capaces de montar una empresa turística que desestabiliza a uno de esos grandes emporios nacientes (Meliá, Marsans...). La solución es simple: la gran empresa contrata a los desgraciados, les da un puesto y un biscuter, la posibilidad de firmar las letras de una lavadora y adios competencia. Y adios aspiraciones.
Otros días, no obstante, me levanto de un humor diferente. Mi oficina me parece un lugar encantador, el ficus de la esquina parece querer decirme algo (probablemente sea: agua, agua..), la visión de una futura jubilación con placa y discursos a la sobremesa me llena de lagrimas los ojos, el paseo de vuelta a casa es un camino hacia ese Shangrilá que nos mantiene vivos. Son los días en los que uno acaba por asumir la triste verdad: que no somos un Messi, un CR9 o un Kaká. Que la nuestra es otra liga muy diferente: el Plantío, el Salto del Caballo, los Pajaritos... Y que a lo sumo podemos aspirar a ser un Fernando Vega, o lo que es peor, un Xisco.

Subir a por aire. Desde que leí el libro es una expresión que me repito a menudo, y que escenifico ya sea en la calle, en mi casa, sentado frente al ordenador. Huir de toda esta mediocridad, de esta falta de valentía, de este final ya comenzado. Huir de mi mismo, en definitiva. Y eso es algo que no puedo hacer.

martes, 28 de julio de 2009

Muswell Hill Blues I (expulsados del paraiso)


Sería en uno de los pocos días libres de Daniel. Estábamos en la habitación, viendo la BBC y comiendo una de las diferentes versiones del desayuno que nos servía de almuerzo, merienda o cena. Alguien aporreó la puerta con vigor africano. Nana Acheampong? Sí, era nuestro casero Nana. Sin querer entrar (tampoco le invitamos) nos comenzó a soltar un discurso incomprensible en el que una palabra destacaba: the court, the court. Tras años de repeticiones y teorías varias fuimos capaces de entender que por algún chanchullo legal iba a tener una inspección en la casa, una casa que no debía mostrar signo alguno de inquilinato. En otras palabras, teníamos semana y media para buscar un nuevo alojamiento. Mientras yo hiperventilaba mi hermano sacó un ejemplar del Loot (periódico londinense para todo tipo de intercambios) y comenzó a acotar las posibles opciones que el mercado nos ofrecía. Habitación doble / 80 libras (bills included) / no más allá de zona 4. La búsqueda dio un solo resultado: habitación en Muswell Hill, la patria de los hermanos Davies (Ray y Dave, The Kinks). Claro, esto fue lo primero que dije como buen gafotas. El segundo paso era llamar y concertar una cita. Considerando que mi hermano solo dominaba el léxico freganchín y que mi inglés era un buen reflejo del interés del sistema educativo español de los 80 en las lenguas modernas y ajenas, la tarea no prometía nada bueno. Dedicamos pues otros tantos años durante aquella tarde para preparar la conversación con el futurible casero, manejando todas las respuestas alternativas posibles (si dice 1 vamos a A, si contesta 3 entonces nosotros decimos H, si dice algo incomprensible colgamos). Llamé yo que para eso (y solo para eso) era el mayor. 5 minutos de balbuceos por mi parte que recibían respuestas asombrosamente claras desde el otro lado. Podemos pasarnos mañana a cualquier hora, le dije a Daniel. Mañana tengo que trabajar, me respondió mi hermano. Tendrás que ir tu solo, concluyó Bueno, veré que parada de metro es la más cercana...quizá haya autobús..a ver... CÓMO!?!?! Era mi hermano que miraba con su cara más Viana. Para qué te vas a gastar el dinero en el metro? Si esto está cerca. Me extendió el mapa señalando los escasos 5 centimetros que separaban Kilburn de Muswell Hill. Vale, sí, pero esto está a escala..., quise argumentar Que va, si yo he hecho este camino más o menos y está muy cerca, dijo Daniel, y así además te das un paseo y haces algo de ejercicio. El aluvión de argumentos me dejó sin habla. Miré de nuevo el mapa, eché un vistazo a la ventana (un improbable pavo real se paseaba por el jardín), miré la expresión paterna de Daniel, mascullé algo afirmativo y me senté a ver la TV, comer galletas rich tea con fruit jam y beber te economy, posiblemente el te más barato del mundo. (continuará)

jueves, 23 de julio de 2009

Momentos de Transición


De qué podemos escribir estos días de verano que no parecen querer alejarse? Los temas permanecen abiertos, esperando una conclusión y su debida entrada en Concarrobe. La última temporada de Lost, por ejemplo, se resiste a su término quizá asustada por el bufido en forma de artículo que le espera. Pero si te has tragado la serie entera en mes y medio y no hablas de otra cosa? (la audiencia clama). Sí, ya, pero no puedo más que revolverme contra todos aquellos que quieren ver en Lost algo más que un culebrón de acción sobrenatural. Su merito es el mismo del de aquellos que escribieron Falcon Crest (de hecho, el personaje de Richard Channing no desmerece a Charles Widmore, y Benjamin Linus es lo más parecido a Angela Channing desde que Alfonso Guerra se retiró a meditar). Hablar, pues, de personajes que cautivan al espectador forma parte del ya habitual complejo de inferioridad de los guionistas que una vez leyeron a Fitzgerald, oyeron algún día el nombre de Borges y guardan bajo su cama la colección completa de la Patrulla X.

Si alguien me hubiera preguntado hace dos semanas qué estaba leyendo la respuesta habría sido: Burgess, biografía de Roger Lewis. Si ese mismo alguien en un improbable viaje en el tiempo (ay!) me hubiera preguntado esta mañana qué estaba leyendo la respuesta habría sido la misma. Leer en inglés no es fácil, y menos aún cuando la base de lo escrito está en la adjetivación, el juego de palabras y la absurda idea de claves ocultas en las expresiones más anodinas. El interés del libro es claro, sobre todo cuando se limita a proporcionarnos (a nosotros, los incondicionales) toda esa información comprometida y oculta sobre la vida de Burgess, todo eso que no llegó a contar en su autobiografía. Sin embargo, dos rasgos ensucian el libro: 1. la construcción de blandas teorías psicoanalíticas para explicar Dios-sabe-qué al tiempo que perora contra Freud y sus patrañas, y 2. la abusiva animadversión del autor hacia Burgess. Cuesta trabajo creer que alguien dedique tanto tiempo a escribir sobre una persona a la que se odia de ese modo. Podemos saber gracias al libro que Burgess era mentiroso, vanidoso, tacaño y poco dado al afecto fácil (o al afecto a secas, seamos sinceros); pero nada de esto es nuevo para los Burgessianos. De hecho, los que nos consideramos seguidores de A.B. lo somos porque finalmente alguien en sus libros y en su vida (artefacto literario donde los haya) retrató al héroe vanidoso, tacaño, mentiroso y de egotismo exacerbado que llevamos dentro. Criticar a Burgess, y meter en el mismo saco (a través de agotadoras notas a pie de página) a David Lodge o Frederic Raphael (oui, c´est moi) hace pensar en algo más que odio personal: simple y puro mal gusto.

Un último apunte acerca de mi bulimia músical. Las compañías, incapaces de hacer frente a la crisis y las descargas, comienzan a devolvernos todo lo que nos robaron durante decadas: Discos a menos de 3€ (y no hablo de Los Troncos del 82 (las canciones más cachondas del mundial) o las Sevillas del Golpe (qué pasó realmente el 23-F?)). Así pues, acaban cruzándose en una mañana Weezer, Lou Reed, Sigur Ros, Crosby, Stills & Nash, Jarvis Cocker y Nada Surf. Y esta es mi aportación final: Nada Surf y su último disco: Lucky.

"...on whose authority
I have none over me..."

martes, 14 de julio de 2009

London, can you wait?


1.
Fue Ezra Pound el que comenzó uno de sus poemas así:

Tu y tu mente sois mi Mar de los Sargazos
Londres ha cambiado a tu alrededor en los últimos años

Claro, esto fue antes de que se le fuera la pinza, se hiciera fan de Mussolini y acabara, tras la liberación, siendo trasladado por toda Italia en una jaula sobre un carro mientras los niños le tiraban piedras. Pero me sirven estos versos para reflexionar o (mejor dicho) divagar sobre cómo ha cambiado Londres en estos últimos años, desde mis tiempos de Kitchen Porter a este triunfal regreso como turista de pantalón corto y Lonely Planet. Y lo cierto es que Londres no ha cambiado nada. Si, porque obviando algún que otro centro comercial, una noria absurda y varios edificios prescindibles, la sensación que deja la ciudad es de una concienzuda decadencia desde el mayor de los liderazgos que una urbe haya jamás conocido. Lo mejor de Londres sigue siendo aquello que intuimos en las historias de Sherlock Holmes: la absoluta densidad de su tejido ciudadano (si por ello entendemos calles, casas, gentes, organizaciones, animales, ratas, cervezas, unos cuantos griegos, parques, enfermedades, cultos prohibidos y demás variedad). Lo compacto del entramado londinense nos incita a ver una oportunidad en cada portal, en cada anuncio, detrás de cada ventana. He usado el presente, pero debiera haber dicho "incitaba". Aún así, y a pesar de las guerras mundiales, la pérdida del imperio y los laboristas, todavía es posible sentir la grandeza de la ciudad que vivió Ezra Pound, esa que se reinventaba y realimentaba y revolucionaba a base de te, scones y ginger nuts. Mi visita, pues, tuvo ese objeto: recuperar el Londres perdido, el que nunca viví, el que nunca podría haber vivido. Lo conseguí? Solo comentaros que acabé montado en un barquito por el Thames rodeado de rusos con pinta de mafiosos, sus mujeres pintadas como putas y un grupo de colegialas hebreas pre-adolescentes. Lonely Planet rules!

2.
Hace 10 años salí de mi casa en Harlesden y cogí el autobús que no me llevaría a Trafalgar Square / Charing Cross Station donde trabajaba en algo parecido a un restaurante chino de lujo. Sí, no me llevó allá. A los pocos metros el conductor nos dijo que teníamos que bajar, que el carnaval no nos dejaba seguir. Yo, por supuesto, como no entendía nada fui el último en apearme. Con cara de rábano me vi justo en medio una batería de negros disfrazados con trajes que harían avergonzar a cualquier carnaval de pueblo en España. Así que esto es el Carnaval de Notting Hill, me dije intentando simular una expresión de inteligencia. Lo que veía era desolador: ausencia de ritmo (para que luego digan), inexistente glamour, desorganización, pobreza en cada uno de los detalles. No quedando otro remedio y con tiempo de sobra, me uní al grupo festivo, como único blanco, vistiendo mi segunda piel (la camiseta del Betis) y acompasando mi marcha a ese simulacro de banda sonora que nos acompañaba. Nuevas comparsas se iban añadiendo a la corriente carnavalesca conforme avanzábamos, peor caracterizados si cabe y con la misma falta de aptitud para el baile. Hasta los portugueses del Little Rossio (denominación propia) nos miraban con expresión de lástima pareciendo decir: por fin hay alguien más desgraciado que yo.

La broma duró hasta que el gran rio de la fiesta marchó hacia Notting Hill y ese pequeño afluente con gafas se desvió hacia el centro, suficiente tiempo para sacar provechosas conclusiones:

1. No nos engañemos, cuando se trata de fiestas la primera potencia mundial es España
2. No, los negros no bailan mejor
3. Resulta emocionante comprobar como los poderes públicos en Albion pasan absolutamente de las necesidades lúdicas del personal. La única actuación decidida de la administración durante los carnavales fue la violencia (y eficiencia) con la que Scotland Yard despejó Notting Hill exactamente un minuto después del cierre oficial de la fiesta.

En próximas entregas se hablará del miedo, el riesgo y las rémoras pequeño-burguesas heredadas del franquismo, así como recordaremos la excursión a Muswell Hill o cómo alguien puede pasar 8 horas caminando por ahorrarse el dinero del metro (gracias Daniel).

lunes, 6 de julio de 2009

El Mejor Poeta Vivo de España


Sí, el mismo que nos invita a seguir bebiendo con su calculado gesto de bienvenida. Digo vivo porque yo, la verdad, no me encuentro muy bien ultimamente.

Sintaxis perfecta (por andaluza) y lirismo recien levantado de la siesta. Por cierto, es mi hermano.

LAS IDEAS QUE RELLENAN UNA ALMOHADA

La máquina al otro lado de la pista será contestada mientras no resuene la osteopatía de once años saliendo.
Tu generación dulce contra mi generación salada (sí, sí, en el sentido más andaluz), las salsas de colores pastel contra el sofrito de colores primarios, tu capítulo amor contra mi amor por capítulos, arte y cultura contra emoción y desengaño, realización personal contra el orgullo pobre del asfalto bien lisito. Es entonces cuando empiezan a flaquear las fuerzas, y la máquina cruelmente acelera su actividad expulsando expresiones imposibles de alcanzar: de la sofisticación a la afectación hay un paso de puntillas, mis golpes de humor suenan como sacos terreros que tiro al suelo, seis años de diferencia que son mucho más que eso, los años que decantan la vida. El espacio es conocer y el tiempo es reconocer, revivir es el tiempo, el espacio se vive y el tiempo sólo se vive la segunda vez.
Te he arrinconado lo más lejos que me ha permitido mi disciplina natural: en la otra punta de Europa.

jueves, 2 de julio de 2009

El Eterno Retorno (de los libros que rozaron el sobrepeso en el aeropuerto)


Jóvenes Todos /as (esta va por Aido)

A la espera de disponer de algo más de tiempo con el que poder pergeñar unas líneas entre lo poético y lo turístico sobre Londres o Londrés con acento en la é (autoreferencia), os dejo una lista (amada costumbre del siempre llorado Scott Fitzgerald) de los libros que compré en la capital del sandwich y la fruta cortada y envasada. Un consejo, si comeis mango ponedle unas gotas de lima.

1. Burgess (Roger Lewis) > Antibiografía de Anthony Burgess
2. The Real Life of Anthony Burgess (Andrew Biswell) > Biografía sobre Burgess escrita para dejar en mal lugar a la de arriba
3. Conversations with Anthony Burgess > Pues eso, una colección de entrevistas al genio mancuniense. Me lo he leido ya y mola.
4. A Clockwork Orange (A. Burgess) > Estaba muy barato, y aunque ya lo leí traducido allá en el año de la tana siempre vale la pena darle un repasillo. Es mucho mejor que la película (de hecho en la peli se comen el capítulo 21, el último que cambia por completo la moraleja de la historia)
5. M/F (A. Burgess) > Ya, ya, estareis diciendo que se me va la olla, pero esta novela-homenaje al estructuralismo, Levi-Strauss y unas cuantas cosas más no está traducida al español (es mejor traducir a mierdas suecas)
6. The Devil´s Mode (A. Burgess) > Esto es una colección de relatos cortos de Burgess donde, entre otras cosas, le da por hacer coincidir a Shakespeare y Cervantes en una taberna y tomarse algo juntos mientras hablan de literatura.
7. A Malayan Trilogy (A. Burgess) > Este lo he comprado porque Íñigo lo tiene y me daba envidia. Imprescindible el segundo volumen: The Enemy in the Blankett
8. The Doctor is Sick (A. Burgess) > Uno de los libros preferidos de de los Viana. Nunca olvidaré aquello de: perezosa Londres, a esta hora las ciudades de oriente bullen de actividad...
9. Fathers & Sons (Alex Waugh) > El repaso que Alex Waugh (hijo de Auberon y nieto de Evelyn) hace de esta familia de literatos borrachos y católicos.
10. Sword of Honour (Evelyn Waugh) > La trilogía en un solo volumen (mientras el sagrario siga encendido..bla, bla, bla...) Genial.
11. Path of Dalliance (Auberon Waugh) > Por dos cosas: por ser hijo de quien es y por leer el elogio fúnebre de Burgess.
12. To the war with Waugh (John St John) > O lo que e slo mismo: qué hay de real en Sword of Honour?
13. T.S. Eliot (Peter Ackroyd) > Biografía del poeta menos bohemio de la historia. Nos preguntamos si se hablará de los problemas menstruales de la pobre Viv.
14. Godard by Godard (J.L. Godard) > Como todo libro imprescindible este es inencontrable en España (demasiado ocupados con los hermanos Cohen y toda esa mierda). Versión resumida por desgracia.
15. Conversations with Godard > Alguien dijo que Godard valía más por lo que decía que por lo que rodaba. Como diría Larkin. el casi aforismo es casi cierto.
16. Larkin (Andrew Motion) > Aquí es cuando lloro de emoción. Andrew Motion, uno de los últimos poetas laureados glosa la vida de Philip Larkin, el gran genio poético inglés del S.XX. Un libro nunca demasiado gordo (y este lo es)
17. Trains and Buttered Toast (John Betjeman) > Genial libro, bellísima edición. John Betjeman, el más querido de los poetas ingleses, amigo de Larkin, famoso gracias a sus colaboraciones radiofónicas, de las cuales las más memorables son recogidas en este libro. Otra joya que nunca se editará en España, demasiado ocupados en darle sitio al petardeo escandinavo.
1o. Pink Floyd > Uno de esos libros sobre bandas de rock y sus correspondientes cabreos. Era muy barato.

Me da la imprssión de que olvido alguno que otro. Comentar que la Mona se compró una biografía de Los Beatles, un adorable libro de Dickens "Sketches of Young Gentlemen", y una biografía del genial John Cleese "Cleese Encounters". También aquí tengo la quasicerteza de olvidar algo.

Pues eso es todo de momento.

viernes, 12 de junio de 2009

CERRADO POR VACACIONES


Vuelvo el 29-Junio

viernes, 5 de junio de 2009

Golpe en la Pequeña China


Éramos muy jóvenes. Así comenzaba Pavese uno de sus memorables relatos, El Diablo en las Colinas. Y es que realmente éramos muy jóvenes, unos niños, mis hermanos y yo, cuando fuimos una tarde de invierno al cine Rialto (que ya no existe, un supermercado ocupó su lugar) a ver Golpe en la Pequeña China. Tendría unos 13 o 14 años y aún me veía a mi mismo como lo que era: un chaval sin interés. Me acompañaban Daniel con 11 años, comenzando esa tendencia al sobrepeso que desapareció en 3º de BUP gracias a una semana de ayuno en París, y Javier, resistiendo sin esfuerzo los intentos de la edad adulta por atraparle. No sé qué nos llevó a elegir aquella película. De hecho, solo recuerdo nuestros perfiles en una tarde gris, en Sevilla, en esa plaza que años después nos vería a Antonio y a mi, borrachos, atrapados en unos setos, llamando a nuestros condiscípulos adolescentes para que nos sacaran de allí mientras salían de una de esas fiestas del instituto que esperábamos con absurda pero genuina emoción. No, todavía no sabía nada de todo aquello. Mi única expectativa entonces era obtener un buen resultado académico, que el Betis ganara por fin, poder ser aceptado y querido por los demás. Aunque esa tarde el principal aliciente era comprar una pequeña tableta de chocolate Crunch, o decenas de aquellos caramelos de Coca-Cola que solo podían encontrarse en los quioscos de los cines. Era invierno, hacía frío, y vestíamos como se vestía entonces, o como nos vestían por entonces. Javier, en los últimos años de liderazgo llevaba una chamarreta (así llamamos a las cazadoras) tipo Marty MacFly. La mia era de un tejido algo acolchado y color gris claro. A Daniel, por ser más pequeño, se le puso seguramente uno de esos chillones y excesivos (para estar en Sevilla) anoraks .

Golpe en la Pequeña China fue un desastre de taquilla y motivó, entre otras razones, que John Carpenter, su director, abandonara Hollywood y los grandes estudios para siempre. Hoy en día se ha convertido en una película de culto. En los años que siguieron a su estreno consiguió llegar a ser uno de los títulos fundamentales en los videoclub (recuerdo haberla visto en video, años más tarde, cuando la situación en casa de deterioró por completo y el simple hecho de ver una peli podía convertirse en motivo de censura o castigo). No ayudó al éxito de la película el estrenarse simultaneamente a El Chico de Oro (los paralelismos, sonrojantes, hacen pensar en espionaje industrial o coincidencia planetaria cuanto menos). En aquel tiempo nadie, ni siquiera Kurt Russell, podía toserle a Eddie Murphy, y El Chico de Oro machacó en taquilla a nuestro querido Golpe. A pesar de todo, Carpenter reconoció siempre sentir por Big Trouble in Little China ese amor especial que se siente por los hijos menos afortunados.

Recuerdo bien la proyección, los comentarios jocosos de un grupo de pre-adolescentes (como yo, aunque algo más espabilados) que se sentaban al final de la sala. Como esos comentarios y salidas de tono decrecían al tiempo que la filmación se apoderaba de todo y todos. Recuerdo cuánto me gusto la chica (una juvenil Kim Catrall, la de Sex and the City) y el efecto que produjo en ese tipo con granos presa de sus primeros picorcillos.

Una última imagen nos muestra a mis hermanos y a mi volviendo a casa (el cine está apenas a 5 minutos). Hablamos de la película, con el pudor que caracteriza a los Viana cuando hablamos de las cosas que nos gustan. Ya es de noche, y posiblemente un conato de iluminación navideña nos acompañe camino de los Terceros y la Calle Sol. En casa nos esperará la cena, la TV, algunas cosas que no me gusta recordar y otras que me esfuerzo por no olvidar.

miércoles, 3 de junio de 2009