jueves, 20 de agosto de 2009

Muswell Hill Blues II (La Carretera de los Españoles)


La luz de la mañana en paises que desconocen las persianas. Solo los muy jovenes conocen momentos como este, me dije parafraseando a Conrad. Daniel ya en el trabajo y yo con mi propio trabajo que hacer aquel día. Me duché condicionado por la obsesión de Nana de no dejar salpicadura alguna en el baño (algo imposible con aquella ducha victoriana). Aún no entiendo cómo aquel cuidado en el baño convivía con la cocina más sucia del hemisferio norte. El mapa, las pocas libras que me quedaban, un anorak verde que compré en las oportunidades de El Corte Inglés... Poco más me acompañaría en aquella odisea.

Serían las 9 de la mañana cuando salí tambaleante a Goldhurst Terrace dirección Muswell Hill. Camino de Hampstead, no muy lejos, compré un Apple Donought. Creo recordar que fue en un Safeway. Apuré la pronunciación intentando simular ser británico pero lo único que conseguí fue parecer albanés. En las calles frío, algunas nubes dispersas, y puestos callejeros de platanos.
Desde Finchley Road llegar a Hampstead significaba realmente subir. Subir a mejores casas, calles más cuidadas, aires más saludables. Escalaba literalmente calles rodeadas de ejemplares casas de ladrillo rojo, mansiones en las que se desarrollaban las novelas de aquella constipated literature que denunciara Burgess (civilizados adulterios, blanca homosexualidad). Todo ello con las manos pegajosas del azucar usado para recubrir el donought, sintiéndome sucio poco después de haberme duchado, con un pelo ratonil producto de una mala elección de champú (nunca más Vasenol), pobre inmigrante a las pocas semanas de dejar mi dorada cuna burgues-sevillana. Hampstead parecía retrotraerme a otro tiempo, a otro lugar. De repente, el golpear de unos cascos de caballo sobre el asfalto me hizo girarme. Un gran carruaje funerario seguido por una colección de señores vestidos de negro atravesó la calle justo delante mía. El cochero vestía levita y sombrero de copa inmaculadamente negros (si el oxímoron es posible). Mientras me alejaba de la escena el paisaje se iba desvaneciendo, simplificando. Poco a poco, la naturaleza se apropiaba de lo que yo creía ser la ciudad más grande de Europa. Las aceras pronto dejaron de existir, y una vereda con vocación de barrizal se convirtió en mi senda. Sin duda me acercaba a Hampstead Heath.

En libros había leído que, hacía no demasiado tiempo, hubo osos viviendo entre aquellos robles. Osos, zorros, plátanos en las calles. Qué había sido de la civilización? Quizá, pensé, mi vida en Sevilla, entre las murallas que me vieron nacer, no había sido más que una ilusión ciudadana imposible de repetir en ningún otro lugar de la tierra. Pensamiento absurdo éste que olvidé ante el profético nombre de la carretera / calle que me disponía a tomar: Spaniards Road.

Así que aquella era la broma que el destino me jugaba entre el frío y la desolación. Miré el mapa y comprobé que efectivamente debía tomar aquella carretera para españoles en continuo ascenso. Bordeando Hampstead Heath y cuidando de no ser atropellado, di un sentido finalmente al lugar. Camionetas de reparto miraban con desprecio y curiosidad a aquel indigente, el único probablemente que podía esgrimir algún derecho de paso. Un interminable camino que debía desembocar en otra vía de alambicado nombre: The Bishop´s Avenue. Grandes mansiones a cada lado, coches de lujo, cámaras de seguridad en las esquinas. Un coche patrulla me siguió por unos segundos, vigilando mis movimientos. Torpemente simulé la desenvoltura de los puros de corazón y evidencié la rigidez de los sospechos en acción. El coche patrulla se puso a mi altura observando sin pudor un rostro lleno de miedo y cansancio. Tal debió ser la impresión de desamparo que el coche dobló en sentido contrario en la siguiente curva. Precisamente cuando las primeras casas de Muswell Hill se hacían visibles junto al primer sol verdadero de aquella mañana.

(CONTINUARÁ)

1 comentario:

  1. Pues yo mañana voy andando de Matalascañas a Sanlúcar. Claro que los últimos cien metros no se pueden hacer a pie, y habrá que embarcarse... Un momento emocionante cuando llamemos la atención del barquero concesionario del cruce del Guadalquivir, confiando en que no nos haga desde la orilla de Sanlúcar un majestutoso effenberg con la mano de los Foo Fighters y nos quedemos en el Parque Nacional rodeados de tinieblas, jabalíes y víboras.

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