viernes, 12 de junio de 2009

CERRADO POR VACACIONES


Vuelvo el 29-Junio

viernes, 5 de junio de 2009

Golpe en la Pequeña China


Éramos muy jóvenes. Así comenzaba Pavese uno de sus memorables relatos, El Diablo en las Colinas. Y es que realmente éramos muy jóvenes, unos niños, mis hermanos y yo, cuando fuimos una tarde de invierno al cine Rialto (que ya no existe, un supermercado ocupó su lugar) a ver Golpe en la Pequeña China. Tendría unos 13 o 14 años y aún me veía a mi mismo como lo que era: un chaval sin interés. Me acompañaban Daniel con 11 años, comenzando esa tendencia al sobrepeso que desapareció en 3º de BUP gracias a una semana de ayuno en París, y Javier, resistiendo sin esfuerzo los intentos de la edad adulta por atraparle. No sé qué nos llevó a elegir aquella película. De hecho, solo recuerdo nuestros perfiles en una tarde gris, en Sevilla, en esa plaza que años después nos vería a Antonio y a mi, borrachos, atrapados en unos setos, llamando a nuestros condiscípulos adolescentes para que nos sacaran de allí mientras salían de una de esas fiestas del instituto que esperábamos con absurda pero genuina emoción. No, todavía no sabía nada de todo aquello. Mi única expectativa entonces era obtener un buen resultado académico, que el Betis ganara por fin, poder ser aceptado y querido por los demás. Aunque esa tarde el principal aliciente era comprar una pequeña tableta de chocolate Crunch, o decenas de aquellos caramelos de Coca-Cola que solo podían encontrarse en los quioscos de los cines. Era invierno, hacía frío, y vestíamos como se vestía entonces, o como nos vestían por entonces. Javier, en los últimos años de liderazgo llevaba una chamarreta (así llamamos a las cazadoras) tipo Marty MacFly. La mia era de un tejido algo acolchado y color gris claro. A Daniel, por ser más pequeño, se le puso seguramente uno de esos chillones y excesivos (para estar en Sevilla) anoraks .

Golpe en la Pequeña China fue un desastre de taquilla y motivó, entre otras razones, que John Carpenter, su director, abandonara Hollywood y los grandes estudios para siempre. Hoy en día se ha convertido en una película de culto. En los años que siguieron a su estreno consiguió llegar a ser uno de los títulos fundamentales en los videoclub (recuerdo haberla visto en video, años más tarde, cuando la situación en casa de deterioró por completo y el simple hecho de ver una peli podía convertirse en motivo de censura o castigo). No ayudó al éxito de la película el estrenarse simultaneamente a El Chico de Oro (los paralelismos, sonrojantes, hacen pensar en espionaje industrial o coincidencia planetaria cuanto menos). En aquel tiempo nadie, ni siquiera Kurt Russell, podía toserle a Eddie Murphy, y El Chico de Oro machacó en taquilla a nuestro querido Golpe. A pesar de todo, Carpenter reconoció siempre sentir por Big Trouble in Little China ese amor especial que se siente por los hijos menos afortunados.

Recuerdo bien la proyección, los comentarios jocosos de un grupo de pre-adolescentes (como yo, aunque algo más espabilados) que se sentaban al final de la sala. Como esos comentarios y salidas de tono decrecían al tiempo que la filmación se apoderaba de todo y todos. Recuerdo cuánto me gusto la chica (una juvenil Kim Catrall, la de Sex and the City) y el efecto que produjo en ese tipo con granos presa de sus primeros picorcillos.

Una última imagen nos muestra a mis hermanos y a mi volviendo a casa (el cine está apenas a 5 minutos). Hablamos de la película, con el pudor que caracteriza a los Viana cuando hablamos de las cosas que nos gustan. Ya es de noche, y posiblemente un conato de iluminación navideña nos acompañe camino de los Terceros y la Calle Sol. En casa nos esperará la cena, la TV, algunas cosas que no me gusta recordar y otras que me esfuerzo por no olvidar.

miércoles, 3 de junio de 2009

lunes, 1 de junio de 2009

Todos Nosotros


La vuelta a Zaragoza desde Malanquilla, atravesando un mismo paisaje desposeido de la única belleza que podía conservar, la de la nada, la de la pobreza de las casas y los campos. Polígonos industriales, futuristas molinos de viento, construcciones aberrantes. Sorprende la fealdad a la que ha podido llegar España. Son los pensamientos propios de las cuñas publicitarias y las desconexiones regionales. La Mona me toca la cabeza de vez en cuando desde el asiento de atrás, pero yo apenas puedo volver la cabeza y esbozar una mueca de desesperación. Presen y Mario me intentan dar ánimos con sus comentarios (la segunda no es tan mala, en un año de nuevo a primera). Les miro con una expresión entre suplicante y derrotada. Algo debe notar Ángel que hasta él, poco dado a estas cosas, ensaya una frase de aliento. Aún queda un cuarto de hora, pero yo ya me sé descendido. El Betis ni siquiera ataca, no crea peligro, no tira a puerta. El extrarradio de Zaragoza es el escenario ideal para tanta desesperación. Coches de domingo, rostros asolanados y satisfechos, pisos donde la gente evita pensar en mañana. Llegan los últimos metros del viaje y los últimos ataques: el portero subiendo a rematar, las inútiles llamadas a la épica por parte de locutores parciales, el silencio de la grada. No oigo el pitido final, ya fuera del coche, caminando como un muerto viviente, despidiéndome de mi familia política que me mira con pena y pudor: no puedo ni levantar el brazo. Ya en el piso, las imágenes de la alegría ajena confirman la tristeza de todos nosotros. La Mona me abraza. Tiene la piel colorada por el sol y huele aún a campo. A cientos de kilómetros la gente llora o permanece de pie con las manos en la cabeza, o sentados mirando al suelo o vuelven en silencio, caminando hasta sus casa, con la sensación de haber sido derrotados una vez más en sus afanes, en lo ridículo de sus aspiraciones. La sensación de estupidez que da el haber delegado una parte de felicidad en algo tan voluble e inútil como el fútbol. No es más que un juego, se repiten camino del centro. Pero no, no es solo un juego, todos sabemos que no es así. Siguen los minutos del silencio y la asunción de rutinas. La Mona me da besos y reconstruye para mi un mundo tolerable. Será más tarde, ya de madrugada, cuando no pudiendo dormir, cansado de dar vueltas, me levante y me enfrente a habitaciones oscuras. Siento como a mi alrededor se apuestan miles de sombras, las de todos aquellos Béticos que no descansan esta noche, la de aquellos que quieren justicia y venganza. Como un jurado improvisado y nocturno hemos dictado un veredicto y un culpable: Lopera y su eterna reprobación.

El amanecer llega, o se nos echa encima. Un frio repentino, el sonido de los pájaros, la triste realidad confirmada por el día. Vuelvo a la cama para aprovechar las últimas horas de sueño, como vuelven en miles de casas de toda Andalucía, de todo el mundo, las luces a encenderse, los cafés a preparase, las mismas abluciones matinales, los mismos rostros frente al espejo. Es solo un juego, me digo dejándome llevar por el sueño. Por desgracia el Betis es algo más, me contestan todos ellos.