jueves, 31 de diciembre de 2009

2010...


...Odisea 2.

No mucho que decir en esta entrada y en esta entrada de año. Gente bebiendo cava en la oficina, reuniéndose en corro y riendo sin motivo. Vasos de plástico que hacen justicia a esta bebida. Cuándo dejamos de tomar champagne en este país? Cuándo dejamos de ser europeos?

El AVE, la cena, la familia, la Mona: las promesas de esta noche.

Y luego los propósitos. Son los mismos de cada año. Nada ha cambiado.

La gente del equipo se despide hasta el próximo año. Nos damos dos besos? Un abrazo, la mano? Nos juramos amor eterno? Una simple elevación de la barbilla que quiere decir: a ti te conozco de algo y por eso te digo una frasecilla hecha.

Y sabeis qué? Qué es bueno que así sea. Las convenciones tiene un sentido, y para algunos de nosotros un efecto terapeútico.

Poco a poco se apagan las luces en el edificio.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

NAVIDAD


Cuanto más viejo más confuso, decía Nicholas Ray bastante cascado en El Amigo Americano. Más confuso, más mentiroso, más amargo, menos grave, más feliz quizá, menos fuerte, menos triste, más borracho, más insomne, más cabreado, menos tímido, más religioso, más bocazas, más llorón, más guapo, y más alto, sin duda.

Dije que no perpetraría otro poema navideño. Lo dije el año pasado. Una nueva promesa que incumplo. Lo achaco a la presión externa. El clamor del público me hace volver... Más bien procuro conservar algo de un pasado reciente pero que parece lejano. Cada día más solo. Como si preparara una despedida que no llega nunca.

El poema tiene nombre. A la manera de Valente le he llamado:

[Rafa, contable en Navidad, interroga a sus pasados]

Nos hemos mirado unos a otros
Tan parecidos y tan lejanos, una red de compasión nos ha unido
Alguien palmea mi espalda como yo siempre hago
Otro busca una cerveza con desesperación
Nadie duerme, no nos gusta dormir
Todos sufrimos el frío que nos envejece
Como situacionistas de derecha en nuestro gran día
La Navidad ha llegado a la ciudad

Y a la ciudad nos lanzamos sin saber muy bien para qué
Un ejercicio de psicogeografía elemental
Yo a mis 36 años me acerco a L´Hospitalet y pretendo jugar al futbol pakistaní
El tipo de 25 se para cada cierto tiempo y mira alrededor desesperado
Sabe que nunca llegará a Muswell Hill (una carretera para españoles le volverá a confundir)
Cuando salgo borracho del Ateneo Sevillano apenas puedo distinguir las luces en los árboles
Mascullo un villancico inglés y el frío me hace llorar (quizá sea la grandeza de estas calles)
En el regreso a casa me cruzo con un muchacho que va al cine el 24 por la tarde con un solo propósito
Ser el único en poder recordar este momento
Más lejos, justo a la vuelta de la esquina, Rafa mira como un tipo alto y con gafas atraviesa Leoforos Alexandras
Los coches le esquivan y unos amigos le hacen gestos incrédulos
Hemos sido un grupo de borrachos, se dice para si mismo

El punto de encuentro es conocido
Los libros se apilan o desparraman por un suelo sucio y frío
Pañuelos de papel sobre cada mesa / Una TV que no se resigna a renunciar
Poco a poco van llegando, sin entusiasmo
Las cervezas se beben diligentemente, apenas se habla
Yo, por ser el mayor, explico mi experiencia y sus resultados
Los muchachos ni siquiera me oyen
Alguno incluso muestra una expresión de horror. Es el paso del tiempo
Será el más lúcido (tenía 18 años) el que diga la única verdad:
Hay un solo tiempo y un solo espacio / No hay memoria sin verdad

He despertado a un día menos frío
Como un viático he dejado que el sol se apropie de este final
La soledad como creación de un pasado imperfecto
Estar solo como la bendita consecuencia de mis actos
Solo. Sin lenguaje, sin instituciones, sin tradiciones
Una única ciudad y un continuo presente continuo

Liberado y sin demasiada prisa salgo a la calle
Aún me quedan algunos regalos de Navidad por comprar
Decido pararme frente a una tienda de chinos para ver mi reflejo
Todas las edades del hombre y un único pensamiento:
No me quedaría mal un bigote
Esta es la vida que he de vivir?

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Panrico Hellas


No es fácil identificar los mecanismos mentales que nos llevan a pensar en algo en un momento determinado. Me levanto a eso de las 12.30 h. con un dolor de garganta bíblico, y me acerco al baño más sucio que recuerdo para echar una meada que de matutina tiene solo la intención. Un vistazo al cuarto nos muestra una cama llena de toda la ropa de abrigo encontrada en el armario (cazadoras viejas, chaquetas en desuso, camisas de franela y jerseys apolillados). Unas pelusas grandes como ratas y que no descarto que sean esto último inician el agradable tránsito hacia un salón que deviene en librería de viejo. Y es en estas que miro por la ventana y me acuerdo de PanricoHellas, una de tantas experiencias con la miseria.

Te acuerdas Íñigo, verdad? Aquella jauría de perros callejeros que el miserable Agustí tenía en la entrada para ahorrarse el sueldo de un segurata y así poder seguir viviendo a cuerpo de rey mientras a nosotros nos racaneaban hasta la última dracma. Los primeros meses quedaba con Íñigo en Nea Ionia y desde allí en una Citroen Caddy que amenazaba ruina nos dirigíamos a Menidi, el más triste y sórdido barrio ateniense. Por el camino te podías cruzar con hordas de albaneses que caminaban a ninguna parte, como yo acabé por caminar alguna vez, meses más tarde, cuando Íñigo triunfaba en Panrico BCN y un servidor se mimetizaba con la inmigración de la zona. En aquellos tiempos, el te de la mañana que cuidábamos hasta el extremo (Earl Gray, Darjeeling, Prince of Wales, aquel te chino imbebible) se convirtió en nuestro momento de cordura frente al absurdo generado por aquella trinidad de lo arbitrario y cutre: el Gordo Manolo (Dimitris Stergiou), Cristobalito (Avgustís Stefas) y el Amigo de los Niños (Xavier Agustí). Recuerdo cuando se pasaron semanas reunidos para confeccionar la Misión, o Visión o Dios sabe qué, de PanricoHellas, y la cara de sorna que poníamos al ver las obviedades y mentiras que pretendían consagrar en mantras para toda la organización.

Yo estaba sentado con los supervisores de venta y en contacto directo con los vendedores. Sin duda, algunos de ellos eran lo mejor de la empresa. Giorgos Dalkos, siempre atento y educado, me solía volver con él por la tarde (vivía como yo, sto kentro) y me contaba su pasado de juerga y disipación, y como PanricoHellas era su última oportunidad para sentar la cabeza y convertirse en un hombre de bien. También estaba Pavlos, un hombre que tendría la edad de mi padre y vivía en Byronas, o Sotiris Dinópoulos, que aparte de beber Gala Blajas (intraducible en español a no ser que la llamemos leche cateta) y lanzar proclamas antisemitas, era buen tío. Estaba Cristian, claro, que llegó de Valladolid para revolucionar los métodos de venta y no consiguió más que aprender dos palabras de griego y llevarse una promoción bajo el brazo. Eso sí, a entusiasmo no le ganaba nadie. De hecho, el entusiasmo con el Donut era lo único que nos quedaba a los españoles de la empresa una vez comprobado el poco éxito inicial. "Es que están muy buenos", decíamos. "Los griegos se darán cuenta de lo buenos que están y no pararán de comprar". Unos meses más tarde las esperanzas se trasladaron al Bollycao. Recuerdo un día a Cristian viniendo a mi mesa completamente emocionado y gritando: "Ya están aquí los Bollycaos!!". Los vendedores probaban las muestras y se miraban con cierta incredulidad. "Pero si esto es un bollo con chocolate?", parecían decir. Los primeros tests de fabricación me tuvieron a mi como conejillo de indias. He de reconocer que con el primer Bollycao Made in Greece me partí la caja, porque nuestro amigo Stergiou II (el Mengele de la bollería, y si no recordemos aquel donuts relleno con una salchicha de frankfurt) creó un Bollycao que era un trozo de pan de viena con chocolate muy espeso dentro. Me encantó, por cierto, pero se parecía al Bollycao original como una fábrica de verdad a aquel despiporre.

Son demasiadas cosas que contar para tan poco espacio. Kirios Nikos, María, Giota, Dimitra, Morfo, Irina, Marsa...

Creo saber ya porque he recordado PanricoHellas. En momentos de enfermedad, de hastío vital y profesional, de fracaso no aceptado, vale saber que hay un sitio aún peor, aun en la memoria que todo lo adorna y hace digerible. Lo mejor de todo es que a pesar de tanta experiencia nunca se acaba de aprender. O dicho de otro modo: nunca se aprende.