miércoles, 2 de diciembre de 2009

Panrico Hellas


No es fácil identificar los mecanismos mentales que nos llevan a pensar en algo en un momento determinado. Me levanto a eso de las 12.30 h. con un dolor de garganta bíblico, y me acerco al baño más sucio que recuerdo para echar una meada que de matutina tiene solo la intención. Un vistazo al cuarto nos muestra una cama llena de toda la ropa de abrigo encontrada en el armario (cazadoras viejas, chaquetas en desuso, camisas de franela y jerseys apolillados). Unas pelusas grandes como ratas y que no descarto que sean esto último inician el agradable tránsito hacia un salón que deviene en librería de viejo. Y es en estas que miro por la ventana y me acuerdo de PanricoHellas, una de tantas experiencias con la miseria.

Te acuerdas Íñigo, verdad? Aquella jauría de perros callejeros que el miserable Agustí tenía en la entrada para ahorrarse el sueldo de un segurata y así poder seguir viviendo a cuerpo de rey mientras a nosotros nos racaneaban hasta la última dracma. Los primeros meses quedaba con Íñigo en Nea Ionia y desde allí en una Citroen Caddy que amenazaba ruina nos dirigíamos a Menidi, el más triste y sórdido barrio ateniense. Por el camino te podías cruzar con hordas de albaneses que caminaban a ninguna parte, como yo acabé por caminar alguna vez, meses más tarde, cuando Íñigo triunfaba en Panrico BCN y un servidor se mimetizaba con la inmigración de la zona. En aquellos tiempos, el te de la mañana que cuidábamos hasta el extremo (Earl Gray, Darjeeling, Prince of Wales, aquel te chino imbebible) se convirtió en nuestro momento de cordura frente al absurdo generado por aquella trinidad de lo arbitrario y cutre: el Gordo Manolo (Dimitris Stergiou), Cristobalito (Avgustís Stefas) y el Amigo de los Niños (Xavier Agustí). Recuerdo cuando se pasaron semanas reunidos para confeccionar la Misión, o Visión o Dios sabe qué, de PanricoHellas, y la cara de sorna que poníamos al ver las obviedades y mentiras que pretendían consagrar en mantras para toda la organización.

Yo estaba sentado con los supervisores de venta y en contacto directo con los vendedores. Sin duda, algunos de ellos eran lo mejor de la empresa. Giorgos Dalkos, siempre atento y educado, me solía volver con él por la tarde (vivía como yo, sto kentro) y me contaba su pasado de juerga y disipación, y como PanricoHellas era su última oportunidad para sentar la cabeza y convertirse en un hombre de bien. También estaba Pavlos, un hombre que tendría la edad de mi padre y vivía en Byronas, o Sotiris Dinópoulos, que aparte de beber Gala Blajas (intraducible en español a no ser que la llamemos leche cateta) y lanzar proclamas antisemitas, era buen tío. Estaba Cristian, claro, que llegó de Valladolid para revolucionar los métodos de venta y no consiguió más que aprender dos palabras de griego y llevarse una promoción bajo el brazo. Eso sí, a entusiasmo no le ganaba nadie. De hecho, el entusiasmo con el Donut era lo único que nos quedaba a los españoles de la empresa una vez comprobado el poco éxito inicial. "Es que están muy buenos", decíamos. "Los griegos se darán cuenta de lo buenos que están y no pararán de comprar". Unos meses más tarde las esperanzas se trasladaron al Bollycao. Recuerdo un día a Cristian viniendo a mi mesa completamente emocionado y gritando: "Ya están aquí los Bollycaos!!". Los vendedores probaban las muestras y se miraban con cierta incredulidad. "Pero si esto es un bollo con chocolate?", parecían decir. Los primeros tests de fabricación me tuvieron a mi como conejillo de indias. He de reconocer que con el primer Bollycao Made in Greece me partí la caja, porque nuestro amigo Stergiou II (el Mengele de la bollería, y si no recordemos aquel donuts relleno con una salchicha de frankfurt) creó un Bollycao que era un trozo de pan de viena con chocolate muy espeso dentro. Me encantó, por cierto, pero se parecía al Bollycao original como una fábrica de verdad a aquel despiporre.

Son demasiadas cosas que contar para tan poco espacio. Kirios Nikos, María, Giota, Dimitra, Morfo, Irina, Marsa...

Creo saber ya porque he recordado PanricoHellas. En momentos de enfermedad, de hastío vital y profesional, de fracaso no aceptado, vale saber que hay un sitio aún peor, aun en la memoria que todo lo adorna y hace digerible. Lo mejor de todo es que a pesar de tanta experiencia nunca se acaba de aprender. O dicho de otro modo: nunca se aprende.

5 comentarios:

  1. Ti leis malaka?? no fue para tanto!
    y además todos los donuts que nos traías for the face?? mmmm qué ricosss!!

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  2. Yo me ponía morado.
    Pita del protos y de postre las dos cajas de donuts que había traido Rafa.(y medio OCake).

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  3. Se me saltan las lágrimas. Mi experiencia es complementaria a la tuya, porque empecé allí un año antes y también pude huir unos meses antes que tú... bueno, y porque tu llegada (a pesar de mi actitud de veterano del Vietnam) supuso una gran, gran revisión conceptual de lo que había por allí. Piensa una cosa: para bien o para mal, pasar un año en Alcalá Meco no puede ser muy diferente, en el sentido de los grandes momentos que da la privación de libertad. Acuérdate de nuestra labor de críticos literarios (ejem), de creadores de nueva cocina (por qué nunca probamos el arroz con blajas?) o de comentaristas de la vida social griega (incluído el gato gritón de la MTV islaelí). Los paseos en la Caddy eran muy emocionantes, por la mañana Atenas parecía Teherán... o cuando aparecimos en la fiesta de la embajada saliendo de un congelador con ruedas... ay!!!
    Iñigo

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  4. Aquí el "miserable/amigo de los niños"...

    Me ha hecho gracia recordar, casi ya 11 años atras, parte de aquella inolvidable experiencia explicada desde otro punto de vista. Para mi, con todos los claro-oscuros de una aventura montada con 4 cañas y poca experiencia real para hacerla mas grata de lo que fue, siempre será muy positiva.

    Hay bastante de verdad en lo que comenta Cesar en su crónica aunque también hay algunas inexactitudes que consideraré, permitidme, licencias a beneficio de la literatura y de este ácido blog. Me has hecho reir.

    Desde que me fuí en el 2003 con la cola entre las patas, de tanto en tanto sigo volviendo a Atenas donde cada vez me unen menos cosas (me divorcié de la mujer griega que me conquistó) pero donde encuentro, por muchos motivos, el espacío que fue y siempre será mi segunda casa. O quizás la primera.

    Que es de vuestras vidas? Alguien me puede dar señas de Iñigo?

    Os dejo mi correo electronico por si alguien siente un irrefrenable deseo de contactar con el tirano. tranyi_agusti@yahoo.co.uk

    Filia pola!

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  5. Para los que anden despistados, he utilizado el pseudonimo griego del autor, Cesar.

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