miércoles, 30 de septiembre de 2009

Días enfermos en Barcelona


Lunes 28.

Mañana. Despierto cada 10 minutos. Tengo la sensación de no poder dormir seguido más de un rato. Nerviosismo inexplicable, frío y calor alternos. Una canción constantemente en mi cabeza (The Fear, Pulp) y el miedo real a no ser capaz de aguantar toda la tarde en la oficina.

Consigo despertarme a eso de las 13 horas y compruebo mi capacidad psicomotriz. Mareos en los primeros pasos, signos de fotofobia, ansiedad. Me pregunto si aún sufriré los efectos del envenenamiento alcohólico del sábado noche. No más Karma, me digo, y el mensaje parece ir mucho más allá de una discoteca y una noche de farra.

En la oficina. Una expresión inglesa para definir lo que apenas puedo disimular: The Jitters. Estos temblores, esta ansiedad: el rasgo más terrible de una resaca que no puedo comprender. Puede que se deba al hecho de haber dormido casi todo el domingo (siesta de 6 horas). He retrasado lo inevitable. La penalización por incidir en el garrafón.

Mi estómago dice no, como Raimón. Diarrea y naúseas. Apelación a la Loperamida y al Primperan. Pienso como los maratonianos: aguantar es mi única divisa. Las horas pasan y busco en google remedios a mi mal: ducha caliente (ya lo hice), huevos, pan tostado, vitamina B... Y si estuviera enfermo y errara el tiro? Desde cuando alguien difiere una resaca 24 horas sin causa aparente? El mañana nos dirá. A la cama con miedo y ganas de olvidar este día.

Martes 29.

Otra mala noche. Sinfonía ciudadana en las primeras horas del día. Cómo es posible que en los albores del tercer milenio se anuncie la llegada del butano a base de martillazos? Cómo se puede dejar la responsabilidad de transportar centenares de bombonas de gas altamente explosivo a un conjunto de salafistas?

Despierto desde temprano. El mareo parece haber remitido pero el cansancio (sueño acumulado) es mayor. Actividad como remedio. Compro agua, papel higiénico, el famoso borrador mágico de Don Limpio. Mis preciosas Asics parecen salidas de un estercolero tras la noche del sábado. Me empeño con el susodicho borrador y las manchas desaparecen. Creo en la publicidad.

Un zumo de naranja como único desayuno. Terrible elección. La acidez se vuelve intolerable camino de la oficina. Un trozo de una empanada no demasiado gallega hace el resto. Comer así conseguirá acabar conmigo. El mareo vuelve, y con él cierta sensación de malestar general. Paracetamol. Entre tanta desgracia Stephanie supone un descanso. Ayer fue una camiseta, hoy el delantal y el descubrimiento del Jengibre en polvo. Desesperado por creer asumo su condición de oráculo. Mañana a por el jengibre.

Consigo a la tarde comprar el billete para Zaragoza. El fin de semana es mi único objetivo. La Mona me da ánimos para seguir. Yo infantilizo algo mi discurso en busca de protección y mimo: nunca se acaba de crecer. Entre tanto, y con sorpresa de Ramón, renuncio a la cerveza que me ofrece y pido una naranja. La superstición de las vitaminas también me afecta. No contento con esta deriva escribo a Paravicini y le pido consejo sobre el Jengibre para después decidir que reactivaré mi interés por la levadura de cerveza (revivificada). Hoy soy terreno abonado para cualquier secta destructiva.

Antes de dormir leo con profusión y gusto. Quién tuviera un estómago inglés o se llamara Waugh...

Miercoles 30.

Sin duda estoy enfermo. Enfermo de no dormir. A la manera de las heroinas cloróticas modernistas (simbolistas, parnasianas...) comienzo a experimentar una hiperestesia preocupante. Mis sentidos se disparan y confunden. Cualquier ruido, cualquier contacto, cualquier fogonazo es capaz de llevarme al paróxismo. Ayer fue una mosca a la que maté con una saña gratuita. Pienso que mañana volverá a ser un día terrible y por tanto intento dormir aún a sabiendas de que el devenir matutino de mis vecinos está por comenzar.

Agotado me siento a leer. No conservo fuerzas suficentes para ir a comprar (adios jengibre?). Mis riñones están helados, la cabeza me arde, los pies no parecen míos. La familia Waugh me asombra. Bron es herido gravemente mientras sirve en Chipre y su padre no solo no hace nada por visitarle sino que apenas le escribe una carta en 3 meses. Evelyn pensó que su hijo posiblemente fuera el culpable de su accidente y que esa torpeza sería una nueva desgracia y humillación que soportar. No sé si sacar algo en claro de las relaciones paterno-filiales leyendo este libro. Pienso que de haber requerido una mayor comunicación epistolar (como es el caso de los Waugh) las cosas habrían sido muy diferentes en casa.

Ya en la oficina. Descubro que me he quedado sin paracetamol. Bajo hasta recepción y mendigo un comprimido, demasiado poco para mi gusto. Momentos difíciles y nueva petición de auxilio a la Mona. Ella intenta tranquilizarme, pero mis nervios están huidos desde hace tiempo (el control de mis nervios). Mis piernas se mueven sin control, los riñones me impiden estar de pie. Me preocupa mi estómago. Es congestión nasal lo que experimento? El resfriado está aquí, sin duda. La Mona llama a la cordura y yo me avergüenzo por unos instantes.

Una cuarta noche sin dormir? Terminar el libro de los Waugh? Ver la película de miedo que echarán en Cuatro? Hemos acabado por aceptar grandes y evidentes mentiras: Qué suponen unos cuantos bonus o plusvalías con el total que una tasa sobre las transacciones del capital podría aportar? Cómo es posible que se llame Liga de Campeones a un torneo jugado por equipos sin nivel? Es que acaso no ven que el Cartagena podría disputar esa ridícula Champions con más garantías?

Estoy enfermo

jueves, 24 de septiembre de 2009

Punta Umbría


Una calle Ancha que no lo es demasiado. Sentados en una terraza, algunas mesas alrededor, manteles de papel. Para beber Barredero (una concesión a la mitología familiar) y para comer coquinas, boquerones, dorada a la plancha... Un muchacho con sindrome de down (mongolito, que se decía antes) canta fandangos de Huelva arrebatadamente mientras es jaleado por unos cuantos viejos que juegan al dómino (así, con acento en la primera ó). Estas son mis vacaciones.

Vengo a Punta Umbría por las coquinas, podría responder en un falso documental / película-encuesta sobre mi persona. Y no sería cierto, del todo. Quien no ha tomado las coquinas de Punta Umbría no sabe de lo que hablo, pero tampoco quiero magnificar el papel del molusco bivalvo (homenaje a Rajoy) en mis elecciones de ocio. Tiene que haber algo más. Hay algo más. Punta Umbría son los veranos de mi infancia, y todos sabemos lo que eso supone en el imaginario de cada uno. En mi caso: jaurías de perros atemorizantes, sueltos y sin control. Reestrenos a 150 pesetas en el Cine Pescadores (Los Goonies, Granujas a todo ritmo). Helados calle Ancha arriba, calle Ancha abajo. La busqueda desesperada del TP o el Don Mickey en los dos únicos quioscos del pueblo. Jugar al Tour de Francia con los tapones de La Casera. Jugar a las Olimpiadas con los tapones de La Casera. Jugar a los Mundiales con los tapones de La Casera. El Gran Héroe Americano. El Coche Fantástico. La Fuga de Logan (ya, qué le vamos a hacer). La playa, mi madre leyendo el Semana, mi padre ausente, Javier con cara de estar enfermo, Daniel sin soltar la pelota.

Hace varias semanas llegué a casa de madrugada tras una de las escasas salidas nocturnas que me he permitido estos últimos meses. Puse la TV, no tenía sueño, y me destrozó ver que echaban Juzgado de Guardia (Night Court). Creo que pude oir el crrrackkkk dentro de mi, como si años de despreocupación e inmortalidad se hubieran despeñado finalmente. Un instante, una escena, una música que hacía años no escuchaba, un chiste que incluso recordaba, todo aquello consiguió que fuera consciente al fin del paso del tiempo. Había intentado olvidar este momento, esta epifanía, pero ayer fue Primos Lejanos (Perfect Strangers), las desventuras de Balky Bartokomus y su primo Larry, el detonante de este vértigo. Revelaciones como estas explican por qué vuelvo a Punta Umbría cada verano.

Me levanto temprano y salgo a la terraza. Desde el sobreático puedo ver los pinos a un lado (el lado del mar) y las azoteas, sus antenas de TV, rodeándome. Al otro lado están la ría, los esteros, las fábricas. Es temprano, y el ruido de los barcos llega hasta aquí arriba. Llega también el de las olas. Y el de los pinos, el viento entre los pinos, el sonido más claro de la memoria.

jueves, 3 de septiembre de 2009

CERRADO POR VACACIONES


Pues eso, que me voy de vacaciones y no vuelvo hasta el 22.

Resulta curioso que justo ahora que el trabajo, el estrés, las obligaciones y servidumbres cotidianas parecen poder quedarse atrás por unos días (leave them all behind, que decían Ride con mucho ruido de fondo), justo ahora, digo, me empiecen a doler las muelas, me quede sin luz en el salón, y la bañera se emboce para rematar. Se trata del natural infortunio de aquellos que olvidaron lo principal (o prencipal, que diría mi abuela Antonia): que nunca hemos de sobrestimar el valor del trabajo. Lo que realmente importa es la suerte. Por tanto, y para que la fortuna se acuerde algún día de nosotros es preciso que nos dejemos por unos instantes de actitudes trabajosas (como alternativa lamentable a las actitudes trabajadoras) y nos dediquemos al bello arte de la espera, ya sea en una habitación, un bar, un banco del parque o un banco en peligro de quiebra (estos, al menos, tienen aire acondicionado). Está claro, necesito vacaciones.

Hasta la vuelta