viernes, 27 de febrero de 2009

Reflexiones varias y desvariadas


Los viernes por la tarde son siempre el mismo viernes por la tarde. Quizá por ello me empeño en seguir en la oficina, porque sé que si vuelvo a casa me encontraré en pijama viendo Los Problemas Crecen (o algo peor), jugando con aquel Spectrum que entraba y salía de nuestras vidas a impulso de reparación, o ablandándome a base de tes con magdalenas, recurso proustiano donde los haya. De vez en cuando, nuestros líderes nos ayudan a sobrellevar el peso de la memoria. Nos ofrecen dosis de realidad valiosas por si mismas: Berlusconi: Barack Obama es joven, guapo y está bronceado. Al fin alguien dio con la verdad, y precisamente por ello recibe el abucheo mundial. Nos da miedo reconocer que Obama, a lo sumo, es el primer presidente bronceado de los USA.

Poco a poco se funden las luces de una casa. Una bella imagen de la decadencia y el paso del tiempo. También poco a poco se van apagando las bombillas en esta oficina, para dejarme a mi y un pequeño ejército sudamericano de limpiadoras como únicos habitantes del edificio. También ellas se irán, y al fin me habré quedado solo.

Obsesión relevante por estúpida esa de limpiar terrenos, echar gravilla y matar lo poco que de verdadero tiene el campo (uno de los ámbitos más sobrevalorados que existen). No te da la impresión de que nos criamos en campos de concentración? El cámino de grava que baja hasta la primera meseta y luego sigue bajando en curva, rodeando el talud, dejando a la derecha el huerto y a la izquierda un fracasado intento de terraplen mediterráneo. Finalmente subiremos de nuevo hasta la entrada. Y tanta ineptitud para ser incapaces de sacar nada bueno de aquello. Como la palmera enana que nunca llegó a crecer, o el resto de árboles disminuidos mirando con resignación al único privilegiado, la gran creación del Botánico Jefe, el árbol de la mierda.

A la salida, dentro de 2 horas, me espera una suerte de fiesta en una suerte de local de moda. Reservoir, bebida engarrafada, los mismos compañeros del día a día maquillados ellos y desmelenadas ellas. Fue hace dos días que hablé de la Revolución en el autobús nocturno que me llevaba a casa. Serían las 2 de la mañana, y entre el silencio aburrido del bus, mis pequeñas aportaciones filomarxistas sonaban como moneda expulsada a los oidos proletarios. Sería tan fácil acabar con todo que es preferible mantener la única forma de revolución permanente que se conoce: trabajar como un asalariado en torno a 8 horas y ver la TV mientras se come algo recalentado.

Nos vemos en Rochelambert

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