jueves, 26 de febrero de 2009

Tocado (y hundido)


En Victoria Embankment Gardens abría con dickensiana actitud mi bolsa de plástico, sacaba un paupérrimo sandwich de margarina y fruit jam, y comía mirando a la gente que paseaba con sus flequillos brillantes y sus trajes bien cortados (yo echaba entonces un vistazo a mis pantalones de kitchen porter y me decía en voz baja: en pijama en el centro del mundo). En voz media mascullaba canciones que alejaban a posibles compañeros de bancada, homosexuales, negras locas, gente sola como yo y algún español de Cartagena o Zafra. Un día apareció un escenario en medio del sendero de gravilla (pronunciar con y bisbiseante), por lo que me acerqué (salami danés de repetición recien rumiado) con el paso simple de manos a la espalda propio de turistas deseosos de ser humillados. La música parecía una versión rock-pub de himnos late-60´s tipo Jefferson Airplane. Todos vestían una misma camiseta negra en escena, y me costó reconocer que todos vestían la misma camiseta negra entre el público. Corto de vista y con un claro déficit de nutrientes por aquel tiempo, me costó más de lo previsto leer el mensaje escrito en ellas: Jesus loves you. En ese instante yo me encontraba en el centro de los 20 o 30 tipos que seguían el concierto, y por eso me pareció que el cantante me miraba a mi cuando dijo algo, agachó la cabeza y comenzó a rezar. Todos a mi alrededor le siguieron y se hizo el silencio. El instinto de supervivencia Viana completa la escena. Movimientos laterales y miradas al horizonte, confusión cromática en los espectadores. Era uno o eran todos? Hubo realmente alguien en aquella multitud? Se me ve de nuevo en el banco sentado y comiendo un bocadillo de salami danés que inexplicablemente ha vuelto del otro mundo. Yo soy la resurrección y la vida, comento en voz de nuevo baja mirando a los hijos de Dios.

Coda: lo de la multa por pagar tarde se está complicando. Ya solo falta que me echen (y la verdad me lo merezco, como dijo Michel)

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