miércoles, 24 de febrero de 2010

El Jabalí


No sé por qué, pero hoy me he acordado de El Jabalí. La verdad es que no recuerdo cómo se llamaba realmente (ni creo que lo supiera nunca). Estaba situado en la Plaza de la Gavidia, entre el Dos de Mayo (donde Alberto batió su record de montaditos devorados) y la libreria Beta (la de libros de bosillo y remates sobrantes). Tampoco recuerdo por qué acabamos yendo a aquel lugar. Probablemente por encontrarse en el camino a casa de Antonio. O porque la Gavidia era aún entonces un lugar de encuentro. Porque estábamos hartos del Dos de mayo. Porque la tasca mexicana que estaba unos metros más allá había arruinado nuestros estómagos y bolsillos. Quién sabe.

Era un bar bastante grande y absolutamente lleno. No de clientes. Lleno de cosas. Nunca veré otro lugar con más cachivaches colgados de las paredes. Un casco de bombero, un teléfono viejo, una zarigüeya disecada, fotos de Estrellita Castro, una espada toledana, un juguete de madera, otro de lata, una botella de anis sucia y vacía.

La especialidad del bar eran las tapas de productos de caza: jabalí, venado... Los famosos filetes de jabalí (los que nos hicieron darle el nombre al local), macerados, muy especiados. La caldereta de venado, aquella carne oscura y poderosa. Las codornices escabechadas, o las codornices en salsa. El dueño (cómo se llamaba?) siempre nos hacía recomendaciones que seguíamos contentos de poder tener un bar de cabecera, un lugar en el que nos reconocían y en el que nos comenzaban a llamar por nuestros nombres. Éramos muy jóvenes, y la sensación de pertenecer a una tradición que nosotros mismos íbamos formando compensaba cualquier otra circunstancia. Teníamos incluso el pequeño sainete que montaba el camarero cani, criticando al dueño, recomendando que no comiéramos allí (ay esa escrupulosidad del extrarradio, con sus calles amplias e impersonales). Lo cierto es que el bar nunca destacó por su limpieza, pero a quién le importaba?

Con los años fuimos dejando la ciudad, y otros vinieron a sustituirnos. Mi hermano ocupó mi lugar, la Gavidia se fue convirtiendo en una plaza cada vez menos transitada, la librería Beta cambió de ubicación. La librería se trasladó, pero los libros se quedaron. Antes de dejarlos en la basura, nuestro amigo el dueño del bar (pero cómo se llamaba?) recogió un mueble-estantería lleno de viejos libros de bolsillo: El Ómnibus Perdido de Steinbeck (aburrido y melancólico), La Paga de los Soldados de Faulkner (brillante y aburrido), A la Deriva en el Soho (Mal escrito pero nada aburrido)... Los clientes, los habituales, eran obsequiados con un libro por consumición: "vamoh, cógete uno der mueble".

Finalmente el bar cerró. En su lugar se abrió un pub de estética gótica. Runas dibujadas en las paredes, mucha madera, algún hacha suelta. Por alguna razón quedamos un día de verano para tomar unas cervezas allí mismo. Seguramente la decepción hizo que me pusiera enfermo y tuviera que regresar a casa a los pocos minutos. No he vuelto a comer jabalí.

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