martes, 2 de marzo de 2010

SAER


Un grupo de amigos que se forma en la adolescencia-juventud en una ciudad de provincias, del interior. Un grupo que no necesitará de mayores demostraciones para permanecer extrañamente unido a lo largo de los años, si bien unos morirán, otros dejarán el país, algunos engañarán a sus amigos con sus propias mujeres. Un grupo, digo, que acabará por tomar conciencia de su lugar generacional respecto a otros grupos que se nos harán conocidos a partir de las relaciones con el mismo: el respeto, la envidia, el desprecio, la indiferencia, el sarcasmo. En una u otra dirección. Un grupo de gente que paseará, paseará mucho, hablará, tomará café, beberá, y sobre todo se reunirá en torno a recurrentes asados donde se hará todo lo descrito anteriormente.

La obra de Saer parece decir que la amistad, con todas sus imperfecciones y debilidades, es uno de los pocos asideros que nos quedan para resistir al tiempo, el paso del tiempo, y la soledad (la inevitable realidad del individuo: ser uno). Más allá del amor (transfigurado, o mejor, desfigurado en pasión) y la familia (algo que se acepta sin entusiasmo), en Saer es la amistad, los grupos de amigos, siempre tan poco fiables, los que definen una continuidad por encima de uno mismo. Son ellos los que acaban por proveernos de una realidad, ya sea a través de sus respuestas, de los diálogos a los que nos obligan, de nuestro propio interés. Son los amigos la salvaguarda de la cordura, y el contacto real con el pasado una vez que este ha dejado de estar al alcance de la mano.

Son Tomatis, Barco, Pancho Expósito, Leto, los hermanos Garay, el grupo principal, aquel en torno al cual se mueven los afanes y desventuras de una ciudad obsesionada por el clima, quizá uno de los detalles accesorios pero determinantes de esa prosa precisa que caracteriza a Saer, tan gustoso de los experimentos del Nouveau Roman y a los que dota de alma o, al menos, de gracia. Este nucleo de amigos que se moverá siempre entre la falta de motivaciones y la literatura, y que se revelará como naturalmente fracasado, sin aspavientos, justo lo contrario del que suscribe. Sus predecesores serán Rey, Escalante, el matrimonio Rosemberg, Gutierrez. En un principio observarán con irritación a aquellos jóvenes que los usan como modelos (reales o paródicos) para acabar formando parte del mismo periodo histórico (no hay nada que reduzca tanto las distancias generacionales como el cumplir años). Al final, llegarán otros nuevos que verán en esa sucesión de intelectuales apenas productivos una auténtica saga de la que forman parte: Soldi, la hija de Barco, el turco Nula representan a la vez (y a la perfección) los tiempos que corren: más burgueses, más igualitarios, más mediocres y sanos.

Cuando leemos a Saer, más allá de su experimentalismo narrativo o el pulso preciso con el que acomete las escenas de grupo, diálogo, soledad y paseo, buscamos desesperadamente una referencia a los amigos, a aquellos que ya conocemos como si lo fueran nuestros. Ricardo Piglia ya lo demostró en una conversación con Saer, en Princeton, cuando se lanzó a preguntarle por la historia de los protagonistas de sus libros, como si realmente exisitieran, dejando de un lado todo el tema técnico y literario: Qué le pasó a Tomatis tras Lo Imborrable? Ha dejado de jugar Escalante? Es el Gutierrez de La Grande el mismo de el Tango del Viudo? Ahora que esa historia ha terminado, que tiene un principio, un final, y un desarrollo prolijo y complejo, es nuestra tarea desentrañarla, buscarle un sentido, ordenarla dentro de nuestras posibilidades. Por eso quizá compramos libros de Saer, los leemos a pesar de que a veces nos gusten más o menos, y hablamos de ellos a los amigos, que con su escucha, su lectura y hasta su aburrimiento me otorgan también algo de realidad.

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