miércoles, 29 de abril de 2009

Netherland


Hoy nos toca reseña de un libro: Netherland de Joseph O´Neill.

Hablaba en la última entrada de este Concarrobe de Netherland, novela recientemente publicada en España a cuenta de mi interés por el modo en que los deportes son trasladados al ámbito literario. Comentaba también que Rodrigo Fresán avalaba el libro, que lo acabaría comprando y que nunca lo terminaría. Me alegra deciros que mentí en lo último (mentira y error como equivalentes, buen tema para otra entrada).

Como toda nueva novela norteamericana en la que los protagonistas pertenencen a la burguesía acomodada y no por ello son criticados o demonizados, el nombre de Fitzgerald surge de su tranquilo retiro para dar cierto relumbrón al desconocido autor. Lo del éxito prematuro quizá no case con este escritor (O´Neill) ya entrado en la cuarentena y curtido como abogado durante bastantes años. Nada que ver con aquel otro Fitzgerald de los 80, Jay McInerney, que escribió un famoso libro de título chusco Big City Lights (adaptado al cine con un impagable Michael J. Fox esnifándose hasta el azucarero) y del que ya nadie se acuerda.

Por evitar la dispersión diremos que Netherland es una novela que empieza mejor que acaba, de poco vuelo narrativo, llena de lugares comunes (especialmente en lo referente a los problemas de pareja), pero con unas cuantas ideas, unos cuantos personajes y ciertas decisiones literarias muy acertadas.

Nos gusta la oposición que hace entre Europa y América. El libro defiende con firmeza y lucidez el llamado sueño americano. No solo como posibilidad para aquellos que llegan del exterior, sino como espacio donde las oportunidades no se cercenan al poco de comenzar. Según el autor, es momento de tirar por la borda la absurda costumbre europea que nos hace creer en una vida ya compartimentada y catalogada a eso de los 40. Debiéramos aprender de los USA y su capacidad de reinvención constante a cualquier edad. Resulta curioso que la sociedad más dinámica sea también calificada de gerontocracia, pero es en esa paradoja donde se encuentra el secreto de las vidas plenamente vividas. La oposición entre la vieja Europa y la joven América es en realidad la oposición entre jóvenes con mentalidad de viejos y abuelos inasequibles al conformismo y el aburrimiento. Otra idea interesante es la que habla de la indefensión con la que nos enfrentamos a la terrible crisis de los 35 (36 en mi caso). La certeza absoluta de que ya no somos jóvenes y la desdicha, algo que creíamos enterrado gracias al éxito profesional y sentimental, se apodera de todo lo bueno que creímos tener. Atracando a Conrad a la salida de su barco diríamos eso de que solo los muy treintañeros conocen momentos como este.

Por desgracia, la novela abunda en extravagancias y disparates que por muy verdaderos que sean (esto me pasó de verdad!) no son nada verídicos. Si unimos la falta de trascendencia y auténtica vida en las descripciones de la crisis matrimonial y un manejo torpe de los tiempos narrativos, solo nos quedan el cricket, Holanda, Trinidad y New York para compensar el desastre. Sí, porque los instantes dedicados a rememorar las infancias de los dos protagonistas en Holanda y Trinidad y Tobago son de lo mejor del libro, lo que hace pensar en un escritor más dotado para la mirada retrospectiva y la nostalgia que para el embarrado cotidiano. Es también reseñable la capacidad para recrear New York y darle la condición de universo dentro del propio universo, ajeno a las reglas que nos pueden regir en cualquier otro lugar y envidiable por la sensación de libertad que es capaz de generar en sus habitantes (aun cuando estos estén asustados: el 11-S es una sombra constante en la narración).

De Cricket no sé nada, solo que se juega vestido como si fuera uno a hacer la primera comunión. Aun así, las partes del libro dedicadas a este deporte son las mejores, y pienso que de haber atendido más a esta línea narrativa el libro hubiera sido mucho mejor. El argumento de que jugar al cricket nos hace mejores personas destaca por su absurda brillantez, y ciertamente uno lamenta no disponer de más tiempo para conocer la historia de todos aquellos empleados de gasolinera antillanos, dependientes en pizzerías provenientes de Pakistan o regentes de bazares indios que viven toda la semana pensando tan solo en el partido que jugarán el sábado.

Finalmente, como diría Brel, queda un libro de fácil lectura y aún más fácil olvido. Sirva esta entrada para evitar lo último

Coda: Una referencia a la horrenda traducción. Abuso de pronombres relativos para unir frases (en especial El Cual, La Cual), convertir New Hampshire en Nuevo Hampshire (me recuerda a aquel traductor de Lord Jim que se disculpaba por no traducirlo como Lord Jaimito), o lo que es peor, no seguir criterio alguno y hablar del Padre Abraham y los Smurfs (son los Pitufos, idiota!).

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