lunes, 6 de abril de 2009

Fracaso


1. En Una Novela Rusa el gran Emmanuel Carrére venía a decir lo que todos sabemos: aquellos que trabajan en lo que podríamos llamar actividades ordinarias viven una vida miserable comparada con la de los artistas, escritores, editores... Disponemos de un mes de vacaciones al año que no siempre podemos tomar cuando queremos, madrugamos para el morning commute (gracias MGMT), recibimos continuas humillaciones a lo largo del día y ganamos enclenques sueldos en comparación con los creadores y sus difusores. Lo mejor de todo es que Carrére nos cuenta como esos creadores no tienen la más mínima idea sobre la vida que lleva el vulgo y ni siquiera les importa. Esto explicaría, por un lado, la inevitable falta de contables y oficinistas en las obras liteario-fílmicas, y por otro la frase de Mijail Romm (aquel director de cine soviético maestro de Tarkovski) que siempre me repito esperando poder pronunciarla algún día: Mientras fui un fracasado acumulé todo tipo de experiencias y conocimentos. Un día comencé a hacer películas y descargué todo lo que había almacenado durante aquellos años. Nunca volví a acumular nada más.

2. Durante estos días he estado leyendo un libro sobre el Boom de la literatura hispanoamericana, en concreto sobre García Márquez y Vargas Llosa. El libro es de una candorosa endeblez pero el tema es muy interesante. Pensemos en un grupo de aspirantes a escritor, de diferentes paises, que comienzan a tejer una red de relaciones y amistades basadas en su gusto por los libros, la escritura como búsqueda de la obra total, el cambio social y la revolución cubana. Digo la obra total o totalizadora (algunos saltaron a tiempo antes de que pasara a totalitaria). Serían libros como La Casa Verde de Vargas Llosa o La Muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes o Rayuela de Cortazar (estaría también 100 Años de Soledad que nunca me ha provocado más que 100 páginas de aburrimiento). Sin embargo, mi interés no está hoy tanto en los libros como la vida que hizo posible aquellos libros. Ese saltar de un país a otro, de una beca en París a una corresponsalía en Caracas, a una colaboración periodística, a una traducción mal pagada, a un guión de cine, a un trabajito en una editorial, a un curso en una universidad gringa, a una estadía entre barbados revolucionarios, a un periodo de penurias en un pueblo de Teruel, a la paz de haber ganado un premio bien dotado, a la ciudad donde parecen caer todos en una mezcla de utilitarismo y camaradería. Llegan a Barcelona en algún momento de sus vidas errantes, siempre respaldados por sus mujeres, habituales consortes de la burguesía ilustrada sudamericana, bebedoras de Gin&Tonic, no desmerecedoras en la conversación intelectual pero volcadas en su labor doméstica y maternal. Detras de cada gran escritor, podríamos decir, hay una señora que cuida de los niños y la casa. Llegan, pues, a Barcelona, donde conformarán una especie de grupo siempre en formación, visitado por los habituales compañeros de viaje, en un itinerario que les lleva a París pasando por España y de nuevo a América tras comprobar que unos triunfan y otros mendigan una colaboración en cualquier revista cultural. Se reunirán todos juntos para Navidad o Fin de Año, beberán demasiado por unos días antes de volver a su propia rutina, las horas frente a hojas o máquinas de escribir, en casas donde los niños saben desde pequeños que el ruido es el gran enemigo de la inspiración. Un proceso que durará unos pocos años antes de que decidan volver a sus países, y la comunidad se vuelva a disgregar, obligada por los años, los rencores, el aburrimiento, la nostalgia por la tierra, la edad y la muerte.

3. No hay vida más triste que la nuestra. O la mía. Leer las vidas de los otros con la frustración de una cajera de supermercado ante las revistas del corazón. Hazañas literarias. Esta es la verdad para aquellos que pensamos que no existe mejor oficio ni otra vocación. No hay resignación que valga para estos momentos. Ser contable y trabajar de noche es el único consuelo que nos puede quedar.

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