jueves, 1 de abril de 2010

La Conquista de lo Inútil


En la exageradamente minimalista Tokyo-Ga, Wim Wenders se encuentra a Werner Herzog en lo alto de la Tokyo Tower y entre chanzas y arrebatos filosóficos, Herzog se lanza sin pudor a decir que está harto de un mundo tan lleno de cosas, tan fértil, tan construido, y que quisiera que todo allá abajo (señala con la mano) desapareciera de una vez y tuviéramos una tierra baldía al fin.

Quizá parte de ese hartazgo por la profusión de nuestro mundo le venga de sus diferentes aventuras fílmicas en la selva: "Aguirre, la Cólera de Dios", "Fitzcarraldo", "Cobra Verde", en las que tuvo la fortuna de trabajar con Klaus Kinski (volveremos sobre él más tarde). Herzog, obsesionado por la aventura, los límites que la naturaleza pone al hombre, la idea de huida, y la idea de un superhombre que haga frente a la sociedad por un lado y a la naturaleza por otro (algo muy alemán) se embarcó desde jovenzuelo en extraños proyectos que le llevaron desde filmar la erupción de un volcán a recomponer la odisea de un hombre comido por un oso. Uno de sus proyectos más ambiciosos y más logrados fue "Fitzcarraldo", la historia de un emprendedor en la selva peruana de principios de siglo (siempre será el XX). Para conseguir rodar esta película trasladó toda la intendencia, todo su equipo de fieles y alucinados (una especie de secta fílmico-filosófica) a la amazonia peruana que Vargas Llosa desmenuzara de manera impecable en La Casa Verde. Y los más de 3 años de rodaje no son más que una confirmación de todo lo leído en aquel libro fundacional. Cómo lo sabemos? Acaban de ser publicados los diarios de rodaje de Herzog, con el sugerente título: Conquista de lo Inutil.

Con una excelente prosa, Herzog consigue colocarnos en el centro de toda aquella aventura-rodaje sin preocuparse en explicarnos quién es quién y por qué se hace lo que se hace (un breve índice onomástico nos da algunas pistas). Compartimos los agobios financieros constantes en una producción de esas características, los problemas con los actores (Jason Robards dejó el rodaje por enfermedad, Mario Adorf es llamado directamente idiota, Mick Jagger y Claudia Cardinales son continuamente alabados, Klaus Kinski...), las dificultades organizativas. Pero es uno el principal protagonista de todo el libro: la selva. Ya sea en Iquitos o en algun poblado perdido, la selva tropical y su necesaria claque, los indios, aparecen como un constante referente, decorado, actor, banda sonora.

Son los indios (los mismos de La Casa verde), borrachos a base de Masato (yuca y saliva fermentadas), incapaces de cualquier horario, proclives a la mayor hospitalidad, susceptibles de matar a cualquiera por cualquier tontería, capaces de los más altos sentimientos y las más absurdas aberraciones, son ellos los que propician un contrapunto entre cómico y patético a todo el relato, como cuando deciden (ante el ataque de una tribu enemiga) proteger a Herzog y crean una guardia de 4 guerreros. Cuando Herzog llega a su choza los encuentra tumbados en su camastro. Herzog llega y les saluda, ellos le saludan y no se mueven. Herzog les pregunta si no sería más útil, en términos de protección, que alguno al menos vigilara la puerta, o los alrededores, pero ellos permanecen en la cama. Solo unos minutos después de que Herzog coja su almohada y se tumbe en el suelo se darán cuenta de que hay que dejarle la cama al protegido. Otro de los grandes momentos es cuando los representantes de todas las tribus que trabajan en la película se ofrecen a Herzog para matar a Kinski. Porque resulta casi increible que Klaus Kinski muriera de viejo, y lo digo no solo por su paso en el libro sino por lo que llevo leído de su autobiografía: "Yo necesito Amor" y que se podría definir tal como Herzog define el guión que Kinski escribió sobre Paganini y le entregó para que lo rodara: un tocho de 600 páginas en el que se pasan la mitad tocando el violín y la otra mitad follando, pero aquí, claro, sin violín.

Kinski llegará a la selva con su pose de indómito aventurero, como cuando se viste de comando, se hace con una canoa y decide perderse una tarde en la selva. Avanzará 100 metros bajo el escrutinio en la lejanía de Herzog, oirá un sonido raro y se volverá inmediatamente con cara de terror.

Finalmente la película se rodará, será un éxito, recibirá todas las críticas imaginables de los grupos conservacionistas (se cargaron una montaña, es cierto), consagrará a Kinski como uno de los grandes histriones de nuestro tiempo y poco más. 20 años después, Herzog volverá al lugar de los hechos y comprobará que la selva habrá borrado cualquier rastro del rodaje, de la supuesta e irreversible destrucción. Solo permanecen los indios. Borrachos, siempre cansados, siempre ajenos.

P.D. La foto es de Cobra verde

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