jueves, 21 de octubre de 2010

Geeks (parte 2) Allegro

....conforme nos aproximábamos una palabra me venía a la cabeza: aquelarre. Aquellas formas entraban y salían del local con una disposición que llamaría ebria si no fuera porque la mayoría eran abstemios. Qué les hacía pues comportarse de aquel modo? La sensación de grupo, de no ser los apestados por una vez, de haber vencido a las filas de lo convencional por el lado pantanoso de lo grotesco. Nos miramos y nos sumergimos en la corriente que se venía hacía nosotros como el personaje de Poe en el maelström, a la espera de que nos disparara finalmente a cualquier otro lugar.

Allí estaban los habituales, nuestros amigos (qué cosas): Morón, Arenas, el primo... Algún que otro compañero de facultad, las mujeres, reducidas a la Belga, que hacía el papel de musa algo desvencijada del grupo (nunca supe porque la llamaban así), y la hermana de Arenas, una señora que había terminado Derecho en 4 años, opositora desde entonces y absoluto animal freak. En el interior, en un escenario se encontraba el supuesto protagonista del corto, que además oficiaba de humorista semiprofesional con imitaciones que no pasaran a la historia del humor pero sí del dolor. La de Matías Prats (padre) es la única que mi terapeuta me deja recordar (por eso de cauterizar la herida). Me sorprendió ver a dos hermanas casi gemelas que repartían algo parecido a un programa de mano , y digo me sorprendió porque eran guapas. Pedí una cerveza y me dieron un botellín minúsculo a precio de oro. Tampoco el alcohol iba a ser una salida. Me senté y a mi lado se colocó un chaval con pinta de haber matado y disecado a su madre. "Hola, tu eres amigo de Jose, no?". "Sí", tremolé. "Yo he hecho la música". "Ah". "He intentado darle un toque minimalista". "Qué bien", dije. "Un poco como Michael Nyman". Modesto el chaval, pensé. Fue entonces cuando la sala se oscureció, y sin previo aviso comenzó Inma Felisa: Amor Quelónido.

Resulta difícil resumir en breves líneas lo que uno sintió (o puede sentir, elevemos esto a nivel general) viendo una película sobre un tipo que se enamora de una tortuga, le da un beso, se convierte en señor con barba vestido con camisón y sale pitando (ya no recuerdo si el final era triste o aún más triste). Todo ello con interminables escenas de caminatas por calles del centro de Sevilla aderezadas con la música de Norman "Nyman" Bates, lo más parecido al organillo del gitano y la cabra que he podido escuchar.Como era de esperar, la tortuga barbuda era interpretada por Morón, que en un arrebato de emoción al verse en la pantalla se volvió hacia nosotros, puro en mano y boca abuzonada, para decir eso tan típico de: "Zoy yo!". Lo peor fue comprobar que en el labio descansaba un pegote de tabaco del tamaño de un escarabajo crecidito y que el muchacho no se daba cuenta. El pegote caminó junto a él durante toda la noche y años después, al encontrármelo por la calle, lo primero que hice fue echar un vistazo para ver si seguía allí (dejo en la imaginación del lector la respuesta). La proyección terminó, y los primeros comentarios escuchados al azar repetían la palabra éxito. Fue aquello suficiente para que juntara mis monedas de estudiante pobre y me fuera al bar a por lo más fuerte y barato que hubiera. Copa en mano y codos en barra, vi como la hermana de Arenas se me acercaba y me soltaba un entusiasta: "HOLA!". Busqué a Antonio y Alberto con la mirada. La expresión de Antonio lo decía todo. "Me ha dicho Antonio que querías verme".

 No me gustaría que la chavalería que me sigue pensara que soy un tipo despreciable, pero a veces ese es el único papel que podemos representar en el mundo. La vida nos somete a numerosas pruebas y no siempre estamos a la altura. Yo he de reconocer que aquel día estuve a la única que me podía permitir. "Que yo he dicho qué?", tremolé por segunda vez aquella noche. "La película ha sido genial, no?". "Tengo que mear". Salí corriendo hacia el baño y me encerré. Desde dentro y con ganas de permanecer allí hasta el fin de mis días, pude ver y escuchar como Antonio y Alberto intentaban convencer a aquella señora de que fuera detrás mía (ten amigos para esto). Mis opciones eran mínimas e intenté la única que me quedaba. "Estoy un poco mareado, creo que voy fuera". "Ah, yo me quedo dentro, los chistes de (nombre-olvidado) son muy buenos". "Dios te lo pague.. digo, adios". Afortunado, direis. No tanto, aún hoy me planteo si hubiera sido mejor pasar la velada con aquella señora y aquellos chistes antes que salir y ver a Nyman Bates con la cara cubierta de sangre, riendo y viniendo hacia mi. "JAJAJA...HHJAJAA...Me ha pegado con un palo, con un palo...JAJA..", decía señalando al Morón y su pegote y al garrote que blandía mientras gritaba: "ZI, ZI!!". Y lo peor era que todo aquello estaba siendo filmado por aquellas dos casi gemelas guapas que deduje debían ser unas degeneradas de tomo y lomo por prestarse a formar parte de aquel circo (Belles de Jour...). Miré hacia la puerta y vi como Antonio y Alberto se aproximaban. Sí, era hora de marcharse. La gente salía a participar de la orgía de sangre y estúpidez y las chicas guapas lo grababan y hacían preguntas sobre lo que estaba pasando (docudrama). Empezábamos a marcharnos cuando las gemelas me cogieron de un brazo y me hicieron volverme. Frente a mi el caos.

"Nos dedicas unas palabras?"
"Qué?"
"Qué nos puedes decir de esta noche, de este estreno?"
Miré alrededor, al Morón, a Arenas, un mueble que parecía su primo, el humorista terrorífico, el músico minimalista-gitano-cabrero-psicodisecador, la opositora loca... Les miré a todos ellos y volví finalmente a mi entrevistadora con la mayor expresión de cansancio determinado que se recuerda en el polígono Navisa para decir:
"Resulta curioso que la noche más importante de vuestras vidas sea la peor de la mía"

Nos volvimos dejando atrás poco más que silencio. Caminamos hacia la luz.

1 comentario:

  1. Soy Arenas. Quiero deciros algo que nunca le he dicho a nadie. Yo tampoco acerté nunca con la forma de escaparme de todo aquello. Me acerqué a vosotros con la esperanza de que me aceptaseis como uno de los vuestros, pero la verdad es que le presión atenazaba cada uno de mis comentarios y aportaciones, de modo que la sagacidad se traducía en sordidez, y las inquietudes culturales en excentricidades. Al final, el desentusiasmo colectivo me sacó de allí pero ya no fui a parar a ningún otro contexto de amigos. Pensad lo que queráis, pero yo era uno de vosotros en la sombra muy irregular que describía aquel grupo temible

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