martes, 13 de julio de 2010

Qué hombre tan patán...


Siempre deseamos aquello que no tenemos. Al menos yo lo hago. De una manera infantil y climática. Es invierno y pienso en el verano que habrá de venir: días eternos de sol y mangas cortas. Llega el verano y sueño con esos días de invierno: el vaho que se eleva contra bombillas que apenas iluminan un amanecer gris. Rohmer despachó de manera elegante el gusto por las diferentes estaciones. Rodó un cuento para cada una y todos contentos. Yo reconozco, que cuando se trata de cine, y especialmente de cine francés, me quedo con los fríos antes que los calores. No tanto por las películas que se hicieron (ahí están La Rodilla de Clara, Jules y Jim, Cuento de Verano o Al Final de la Escapada para dejarnos grandes veranos) sino por aquellos que las hacían: París en los 60 sabe a invierno, frío y abrigo de paño.

Quizá fue por eso, por ese gusto a Gauloises y Pernod, que cuando era joven y escritor me dedicaba una y otra vez a esbozar el mismo escenario: bares ciudadanos de barra cromada, ruido de ambiente provocado por las máquinas de café y el rumor de una clientela que fuma y bebe mirando por las amplias cristaleras que siempre devuelven un cielo-paisaje-calle de tonos grises. Son las 8 de la mañana o las 6 de la tarde. No lo sabemos. Estamos solos y apoyados en la barra mirando como un tipo apunta frases, escribe, mira alrededor y vuelve a escribir sobre un cuaderno de espiral. Fuma sin parar y se rie consigo mismo para volver a mostrarse serio al momento.

En Sevilla uno buscaba situaciones parecidas y así, a veces, me sentaba en los bancos de alguna plaza a ver como iba anocheciendo y a ver como la gente se retiraba a sus casas y sus programas de TV preferidos mientras los autobuses (que por entonces eran de color naranja) se vacíaban poco a poco. Se cantaba (más bien mascullaba) algo tristón y lento y se volvía uno a casa a solazarse con la tortilla de patatas de la madre y Médico de Familia (sigo pensando que la hija se pintaba las pecas). Una solución alternativa era releer el clásico de Michel Vianey (ese primo francés que nunca tuve): Esperando a Godard. Entonces me duermo.

La verdad es que nunca parecimos los personajes que pretendíamos. A lo sumo se nos podía comparar con los amigos que dan vueltas en los relatos de Pavese y solo por las innumerables vueltas que dimos. Nos faltaba independencia económica y nos sobraba sentido de la responsabilidad. Chorreábamos convencionalismos y burguesía (lo que es bueno) pero sin el componente aventurero de la decadencia (lo que es algo malo). Quizá eramos demasiado conscientes del realismo de todo lo que hacíamos y demasiado inconscientes del momento único que estábamos viviendo: nuestra juventud. Así fue como nos fuimos entregando a desventuras de perfil bajo, repetitivas, sin demasiado hálito poético, poéticas en su pequeñez y bondad. Se trataba de una realidad en fuga pero fuértemente convencida, en su mediocridad, del carácter eterno que le dábamos.

Es por eso que ver las fotos de Godard y los demás en sus años de mocedad detona en mi interior una serie de reproches ya conocidos que tienen que ver con el tiempo perdido y la pobreza de las aspiraciones. Para mi, aquellos franceses y sus logrados afanes, no pueden estar ya separados de estos españoles (yo y el que quiera apuntarse) y sus fracasos por omisión. No fuimos nada. No logramos nada. Ni siquiera lo intentamos. Creamos una mitología sin escribas ni cronistas. Una memoria que se perderá o trastocará no mucho después de nuestra muerte. Lo poco que quedará de nosotros serán las fotos de aquellos que si lo intentaron, lo lograron, nos inspiraron sueños y nos convencieron finalmente de nuestros fracasos. La foto de Godard es el negativo de esa foto propia que nunca existió.

2 comentarios:

  1. Grande.
    Es curioso (y bonito) cómo el blog te está puliendo. De no ser un blog y estar en cambio en un novela (o diario trapiellano), nadie dudaría de tu buen hacer de escritor. Me quedo corto: tus fans recorreríamos las librerías el día de la publicación, pero siempre nos dirían que habrían llegado pocos ejemplares, de los que ya no quedaría ninguno.
    Quédate por favor con esa imagen (así podrán decir que fui tu pulpo literario), y sigue para bingo (por favor)
    Iñigo

    ResponderEliminar
  2. Y luego llegó tu hermano y te hizo un triunfador.

    ResponderEliminar