martes, 10 de agosto de 2010

La Francia que conocimos (I)


La Francia que conocimos es la Francia de 1981.

Nos despertamos temprano aquella mañana, en Bellavista, en casa de mi abuela. Mis padres se quedaron en el vacío piso de Rochelambert la noche anterior, llegados de Huelva, una vez nos soltaron allí (cosas de la intimidad). Todas las ropas por estrenar, lo que fue un error. Los Kickers de mi hermano Daniel le quedaban pequeños y hubo que descambiarlos en El Corte Inglés. El resultado fue salir al mediodía en la que se presumía nuestra primera y más larga jornada. Al final solo alcanzamos a llegar un hostal perdido en la perdida provincia de Albacete. Una primera noche de frío y expectación. Yo tenía 8 años y era la primera vez que salía de Andalucía. Las emociones del día siguiente fueron mayores. Tomamos la autopista que bordea el mediterráneo, pasamos por Valencia, por areas de servicio que se antojaban de otro planeta, comimos platos combinados que nos parecieron la suma modernidad, llegamos a Barcelona y vimos el cuartel de Lepanto (hoy Ciudad de la Justicia) en el que mi padre había hecho la mili, seguimos hasta la Junquera donde revisaron con estupor nuestros pasaportes (en el de Daniel, 5 años, había una curiosa firma que con trazo nada firme decía: Daniel), pasamos a Francia y entonces supimos que estábamos en otro país, más bien, otro continente.

La España de la que veníamos era la España de 1981.

Era de noche y llevábamos casi 1000 kms de viaje aquel día. Mi padre decidió que llegaríamos a Toulouse, y así lo hicimos. Y lo hicimos demasiado tarde. Los hoteles se negaban a admitir más viajeros a aquellas horas o se negaban por tener las plazas ya cubiertas o quizá por ser nosotros un grupo de españoles que no presagiaba nada bueno. A pesar de nuestras ropas de marca y nuestros exquisitos modales no eramos más que los vecinos vocingleros y pobres y aceitosos del sur. Tuvo que ser un recepcionista de Salamanca el que nos diera una habitación, unas camas supletorias y unos bocadillos de paté para evitar que pasáramos la noche en el coche o gastando nuestros pobres ahorros en pesetas cambiadas a francos nuevos (esto de los francos viejos y los nuevos era cosa de la época) en uno de los prohibitivos hoteles del centro. Fue aquella una noche memorable, viendo como poco a poco se perdía la señal de las radios españolas y el frío, ese frío que yo no había conocido, nos hacía refugiarnos en la manta de cuadros mientras coches de faros amarillos se cruzaban con nosotros. Aquello era Francia, la Francia que conocimos.

Al día siguiente, muy temprano, salimos de Toulouse hacia Blois. Pasamos por Limoges, donde compramos unos platos que entonces todo el mundo pensaba que eran el colmo del glamour y de los que ya nadie se acuerda. Pasamos, también, por innumerables ciudades y pueblos que no recuerdo, por supermercados y vallas publicitarias llenas de colores, por campos sin escombreras ni vertederos, por praderas verdes y bosques salteados, por casas de comida en las afueras que servían a camioneros de mejillas enrojecidas. Paramos en una de ellas siguiendo el tan manido y absurdo consejo de que los camioneros eligen los mejores bares de carretera para comer cuando todo el mundo sabe que no saben ni elegir los mejores puticlubs de borrachos y drogadas que andan. No hicimos más que entrar en aquel local lleno de cucharas golpeando platos llenos de sopas de cebolla sorbidas con entusiasmo cuando una señora, la patrona del establecimiento se vino hacia nosotros gritando un tropel de palabras de las que incluso yo, 8 añitos, podía entender "Españoles" y "Fuera". Salimos como pudimos de aquel lugar, convencidos: 1. de que los gabachos eran unos hijos de puta 2. de que realmente éramos el culo del mundo y no nos querían en ningún sitio y 3. que mejor nos comprábamos algo de comer en un super y nos parábamos en cualquier área de servicio para evitar ulteriores humillaciones.

Era ya de noche cuando llegamos a nuestro destino (un grupo de casas sin nombre en mi memoria) y allí estaban Conchita, Vicente y Beatriz esperándonos para pasar las navidades.

(continuará)

2 comentarios:

  1. yo quiero un plato de esos, me encantan. Por favor, que continue.....

    ResponderEliminar
  2. Afortunadamente llego Miguel Indurain y cambiaron las tornas; ya eramos más altos que ellos.

    ResponderEliminar