martes, 3 de agosto de 2010

All Summer Long


...y mi padre como ese tal Robert Shaw que hacía del pescador Quint en Tiburón. Estuvo varios días en cartel, más de lo habitual en la rápida rotación de películas que vertiginosamente nos ofrecía el cine Pescadores de Punta Umbría. Claro, ir a ver una peli de tiburones (mejor dicho, ir a ver Tiburón) en plena temporada estival era lo más parecido a arruinarse las vacaciones. Seguro que fue Javier (y el Mayores de 18 años) el que nos convenció para sustituir el escualo por un quelónido. Y es que a falta de tiburones buenas son tortugas, y si son gigantes mejor. Los Abismos de las Bermudas se llamaba el engendro y aún no me he recuperado (30 años después) de aquello.

(en la foto mi padre se plantea si usar uno de sus hijos como cebo)

Ir al cine en Punta Umbría además de barato (75 ptas) era divertido. Tres cines operaban durante la canicula. El pobre cine Saltés, de verano y decrépito, al que nunca íbamos. El clásico Cinema San Fernando, con su frontal modernista y su invariable colección de películas: de La Leyenda de un Hombre Llamado Caballo (tardé años en descubrir que no iba de centauros) a Quo Vadis? (cine de estreno como se ve). Ya nada queda del cine, ni siquiera la excelente fachada. Y el Cine Pescadores, nuestro habitat cinéfilo natural, el único techado y el que ofrecía la mejor selección de películas (todos los estrenos populares de los últimos 2 años).

En una ciudad con calles de arena y nombres de crustáceos, entrar en el Cine Pescadores parecía entrar en otro lugar (y otro tiempo). Era ese olor a madera vieja, la misma madera de los asientos, y armario cerrado. Se trataba de la oscuridad de la sala, los caramelos de coca-cola, el ruido de las pipas pelándose, los niños bien vestidos y morenos, los trailers de películas que no veríamos y las copias de mala calidad. En las noches de los grandes estrenos el cine se llenaba y era necesario habilitar un paraiso que era mejor llamar gallinero (seguro que alguna gallina pasaba allí el año) con sus sillas plegables de bar y los botellines de cerveza (ay, esos tiempos de alcohol sin barreras). Así vimos con nuestro tío Granujas a todo Ritmo (The Blues Brothers) en una época en la que eramos incapaces de distinguir a Aretha Franklin de Maria Jesús y su Acordeón.

Por supuesto ya no queda nada del Cine Pescadores. Parece ser que hasta la calle en la que se encontraba desapareció victima del estrechamiento de la calle Ancha (cosas que pasan en Punta Umbría). Por desgracia, lejos de lo que ocurre en The Last Session Show, ni me enteré de cuando cerró, ni pude asistir a la muerte del cine, ni soy capaz de recordar la última película que vi allí. Por decir una podría escoger Runaway: Brigada Especial, un engendro del terrible Michael Crichton con Tom Selleck (cuyo bigote yo parecía querer imitar con mis primeros pelillos) y el insufrible Gene Simmons sin maquillaje. Triste final para aquella fábrica (más bien tallercillo) de sueños.

Aún hoy, cuando voy a Punta Umbría, utilizo el mismo camino para llegar a la playa. Justo al llegar a La Vieja Guardia (una vieja residencia de verano) me paro un momento y miro donde estaba el cartel anunciador del cine. Ya no hay nada. No quedan ni el insoportable tufo a basura ni las moscas verdes y africanas que custodiaban la cartelera. El cine es hoy un multisalas emplazado en un moderno centro comercial continuamente fregado por inmigrantes quasilegales. Somos el país moderno que tanto quisimos construir y ya ni siquiera mi padre se parece a Robert Shaw. A lo sumo a Lula Da Silva, pero esa es otra historia.

2 comentarios:

  1. Y dentro de treinta años quizás escribamos de cuando podíamos comer sardinas y coquinas y alicatarnos con cerveza y cubatas escuchando olas y risitas de fondo... ¿cómo era aquello del magnicidio?

    ResponderEliminar