lunes, 7 de marzo de 2011

Apuntando (a una primavera por venir)

Leo el ABC en la mañana del sábado. Poca cosa en el ABC Cultural y dos artículos reseñables: la siempre excelente columna de Rosa Belmonte y un artículo sobre las mejores patatas fritas del mercado. Ya en la noche del domingo me entero por casualidad que esta ha sido la noticia más visitada en ABC.es

No hay entrega de los diarios de Piglia en Babelia. Que yo sepa la última fue el 12 de Febrero. Siempre comentó que lo mejor que ha podido escribir está en esos diarios. Que son inmensos. Imposibles de mesurar. Echo un vistazo a lo publicado el 12 y, una vez más, tengo que darle la razón. Son mucho mejores que Blanco Nocturno. En una entrevista para Letras Libres, Piglia dice que en un principio Blanco Nocturno comenzaría con Renzi en su habitación, solo, releyendo sus diarios y entablando conversación con su vecina algo desequilibrada. La idea de traer la historia a la ciudad, de poner a Renzi en el centro de todo, de los diarios, de huir de la facilidad que supone oponer campo a ciudad. Todo lo que en un principio estaba previsto y luego, para mal, se desechó.

Vemos Todos eran mis Hijos de Arthur Miller en el Principal de Zaragoza. Pienso en actuar como rendir un examen cada noche. Manuela Velasco comienza llena de energía y gracia y versatilidad, pero en cierto momento se descentra, pierde su sitio en el escenario, comienza a dudar y se hunde progresivamente hasta llega ra soltar alguna lágrima en el momento de los aplausos y los saludos al público. Me hace pensar en mi mismo en mi época de estudiante. Cuando fui capaz de arruinar algún que otro examen por culpa de esa mezcla de relajación, confianza, miedo y estúpidez que solía entrarme justo cuando todo estaba más a mi favor. Quizá por eso hoy haya vuelto a soñar con esas extrañas asignaturas que aún mantengo pendientes y soy incapaz de aprobar.
Encuentro, gracias a la limpieza interminable de estos días, unas fotos que ya no recordaba. Ahí estoy yo, junto a Natalia, Iván, David. viendo la final de la champions (la del gol de Zidane) o la final de Copa (la que ganó el Depor en el Bernabeu), no recuerdo bien, vestido del Betis, con unas gafas de sol, extremadamente delgado. La gente me comenta que estoy mucho mejor ahora. Y es verdad. Mi cara, la forma de mi cara, ha cambiado. Soy más guapo y tengo una expresión más segura. Mi aspecto, en general, es más consolidado, y no genero dudas a mi alrededor acerca de un posible desmembramiento inmediato. Y, sin embargo, en otras cosas sigo siendo el mismo. Leo un email de la época y descubro la misma inconsistencia puntuando y los mismos temas de siempre. El mismo sujeto en un piso más amplio y mejor decorado.

Dedico el viernes noche a ver Origen (Inception). 20 minutos menos de tiros y peleas y 20 más dedicados a hablar, conversar o simplemente estar juntos en una habitación y hubiéramos pasado de un divertimento a una buena película.

La política como el arte del agotamiento. Ahora y siempre. Resulta que Catón terminaba todos sus discursos con la misma frase: Delenda est Cartago. Imagino el cansancio de los opositores, y de sus propios compañeros, por la dichosa coletilla que en su momento pudo tener gracia pero al final era como una de esas frases que los cómicos usan para ser recordados y todos acabamos odiando con el paso del tiempo. Delenda est Cartago. Mi teoría es que los romanos decidieron finalmente arrasar Cartago (cuando ya no era ni necesario) solo para que Catón se callara de una vez. Podemos ver el típico desfile de la victoria atravesando el Foro, la muchedumbre exaltada, la fanfarria de turno, los esclavos caminando encadenados y cabizbajos, y entre el público retirándose con cara de pocos amigos, a Catón cabreado por no tener nada más qué decir. Delenda est Catón.

2 comentarios:

  1. Esperamos impacientes la primavera, tío bueno

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  2. Yo creo que todas las coletillas humorísticas tienen una vida en tres fases: Un inicio gracioso y fugaz, una meseta larga y pesada y una entrañable recuperación de la gracia cuando en realidad lo que tocaba es el olvido.
    A quien no le hace gracia hoy un ciste de Morán?

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