martes, 15 de febrero de 2011

Fahrenheit 451 (dedicado a Natalia)

Hace unos meses se dedicó en este mismo blog una entrada a Ray Bradbury: http://www.concarrobe.com/2010/07/cult-of-ray.html En ella, curiosamente, no se hacía mención a uno de sus grandes libros: Fahrenheit 451. Quizá se deba a que siempre me he sentido mucho más vinculado a su espléndidamente malograda adaptación cinematográfica. De hecho, uno de mis primeros recuerdos fílmicos es haber visto la película en un programa ejemplar y por supuesto ahora desaparecido: Pista Libre. Allí, un grupo de chavales se dedicaba a ver una peli el sábado por la mañana antes de comentarla en algo parecido a un cinefórum con canciones de Radio Futura y algún que otro porro. Y sí, allí vi Fahrenheit 451, en un tiempo en el que mi hermano Javier y yo devorábamos cualquier cosa que se pareciera a ciencia-ficción. Años más tarde leí el libro, que me pareció ingenioso al principio, ingenuo más tarde y pesado al final.


Y bueno, es posible que ingenua y pesada sean dos adjetivos que peguen bien con lo que al final es esta película. Ingenua, pesada y hermosa. Malograda al intentar introducir elementos hitchcokianos en un entorno nada favorable, en jugar de manera inocente con la idea de las dos caras de una misma moneda (esa doble Julie Christie), en ser incapaz de levantar el ritmo de una historia que funciona a tirones y en base a escenas memorables sin la debida ilación. Pero finalmente, inevitablemente, esencialmente hermosa.


François Truffaut, y he aquí su primera mención, comentaba en uno de sus escritos la existencia de una serie de películas en la filmografía de sus directores que se caracterizaban por ser expresión de un fracaso cuando parecían aglutinar todos los elementos necesarios para el éxito. Eran los llamados "grands filmes malades". Curiosamente Truffaut llenó su carrera de unas cuantas de estas grandes películas malogradas. En el caso de Fahrenheit 451 se unía el hecho de ser su primera película en inglés, de rodar con un mayor presupuesto, de manejar una historia lejos de los bulevares exteriores o el barrio latino. En realidad fue el amor por los libros lo que llevó a Truffaut a atreverse con la ciencia-ficción y a veces el pretexto no resulta suficiente. Tampoco las cosas fueron fáciles. En primer lugar se optó por Oskar Werner para hacer de Montag (muy apropiado y muy germano para el papel) si bien pocos esperaban que después de su gran éxito y camaradería rodando Jules & Jim sus relaciones se agriaran tanto haciendo F-451 (ya por entonces Werner le daba demasiado a la botella y el hombre se empeñó en aumentar la carga erótica de su papel (?)). Curioso resulta también que años después Truffaut lo utilizará en forma de fotografía (de su pequeño papel en Lola Montes de Ophuls) para ser uno de los retratos que cubren la capilla de culto a los muertos de La Chambre Verte, una de las más extrañas y emocionantes películas de Truffaut. Para cerrar el círculo, comentar que Wener y Truffaut acabarían muriendo el mismo año (1984, otra distopía) con solo dos días de diferencia.


Por seguir con los elementos que hacen a esta película una obra maestra truncada me gustaría referirme a la fotografía del gran Nicolas Roeg, con sus colores metálicos y sus poderosos rojos en los bomberos que inician fuegos. Poco después saltaría a la dirección para convertir (si es que era necesario) a Bowie en un alienígena o a la gran actuación de Cyril Cusack, ese señor con tan mal genio que no era más que un trasunto del auténtico Cyril Cusack, consevador polemista en la ya de por si conservadora Irlanda de los 60, 70 y 80 y que resultó al final ser un adúltero escondido.


Ya para terminar, por supuesto, el final. The Road and The Finale es el título de la última pieza de la memorable banda sonora escrita por Bernard Herrmann para Fahrenheit 451. Decía Bradbury que fue él quien convenció a Truffaut para que usara la música de Herrmann. No tenemos porque dudar del viejo Ray, pero nos queda la impresión de que aún sin su concurso Herrmann habría sido el elegido. Ignominiósamente apartado de Torn Curtain por el propio Hitchcock (no se volverían a hablar) por no querer hacerle una cancioncilla a Julie Andrews (la simple idea de ver a Herrmann escribiendo supercalifragilisticospiralidoso es impactante), Fahrenheit 451 parece convertirse en una suerte de revancha para Bernard Herrmann que da lo mejor de si mismo en piezas como the Bedroom o Flowers of Fire, o en la ya comentada e inigualable The Road and The Finale. En algún lugar Truffaut dijo que la escena final fue el auténtico motor de su imaginación y su voluntad para hacer esta película. Donde Bradbury situó una farragosa discusión entre personajes demasiado arquetípicos, Truffaut optó por hacer un bello homenaje a los libros, al acto de leer, a la memoria compartida en las lecturas compartidas, a la palabra escrita y a la transmisión oral, que aquí, por culpa de la dictadura de la imagen invierten el normal proceso histórico. es la música de Herrmann, y Montag comenzando a ser un hombre libro gracias al ejemplar de Tales of Mistery and Imagination que consigue guardar consigo en su huida, y sobre todo, el abuelo que transmite a su nieto, ya en su lecho de muerte, los parráfos de Weir of Herminston donde habla de una infancia sin cariño (como la del propio Truffaut) en un libro que Stevenson no pudo acabar. Y todo mientras nieva silenciosamente sobre un bosque donde solo se escucha hablar a los libros.


Definitivamente, la película alcanza su grandeza en esta y otras escenas llenas de emoción, como ese Montag descubriendo el mundo a través de un tomo de una enciclopedia, como muchos hicimos hace ya demasiados años.

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