lunes, 11 de abril de 2011

Providence y el Chino

1. Una tortilla de alcachofas

Apenas termino de comer el pisto cuando me llaman de la oficina para firmar los pagos. De algún modo se nos ha pasado y decido sacrificarme y dejar a Stanley terminar su cena. Rafaé sale de la cocina con la tortilla de alcachofas. Me tengo que ir Rafaé. Pónmela en un bocadillo y que me la lleven los muchachos. Adios.

Un inmenso bocadillo de tortilla de alcachofas hecha con huevos escasamente cuajados. Pienso en la noche por venir y en los previsibles ataques de acidez dispépsica. Algo así como lo ocurrido este sábado.

2. Un chino en mi salón

Debajo está David Warner
Será la cena. Es el calor. La alergia. Me hago viejo. Mis nervios. El vino. La ausencia de vino. El ajetreo de todo el día. Es el ruido de los juerguistas. Es mi proverbial insomnio. Es sábado por la noche y no puedo dormir. Me levanto de la cama y en un arrebato me llevo con sigilo la almohada al salón y me tiro en el sofá. Tampoco puedo dormir. No puedo dormir. Y encima esos chinos a los que veo por la ventana, al otro lado del patio, poniéndose a arreglar las persianas a las 4 de la mañana. Pero no tengo patio ni ventana. Estoy durmiendo entonces. Y soñando. Y tengo frío. Me quiero levantar y no puedo. Hago un esfuerzo y despierto y voy a la cama y me tumbo junto a la Mona. Y despierto. Y estoy en el salón, sobre el sofá. Y al otro lado del patio los chinos han compuesto ya una persiana de tablillas de madera. Y hace frío. Y de repente uno de los chinos, un chino viejo, salta casi sin querer y entra en mi salón, por la ventana. Chino, no puedes meterte así en mi casa. Y asustado me levanto para decirle algo y entonces sí despierto. Finalmente. Y sigo sobre el sofá. Asustado y enfriado vuelvo al dormitorio y me acurruco junto a la Mona y lejos del chino.

3. Providence

Ese mediodía y sin generar demasiado interés a mi alrededor compro la película Providence en DVD. En uno de mis más celebrados versos se dice: La reinterpretación precisa de Providence, que viene a ser como reconocer que llegará el momento en el que queramos ser o no tengamos otro remedio que ser como Sir John Gielgud en su noche eterna de alcohol y dolor de tripas. Este dolor insoportable que me atraviesa las tripas y me llega hasta el culoooooo!!! Así dice el gran Gielgud entre copa y copa de Chablis mientras deja que sus sueños y sus insomnios se entrecrucen para crear una realidad novelada y paralela a la verdadera de su familia, donde los odios y enconos acumulados a lo largo de los años den lugar a nuevos roles en cada uno de los personajes (Bogarde, Warner, Burstyn...) o permitan la aparición de improbables secundarios: el futbolista que entrena vestido de futbolista en cualquier lugar o el hombre lobo anciano. Al final de la película se hará de día y un cansado (y aliviado Gielgud) recibirá a su famila real, encantadora y civilizada, en su mansión gótico-victoriana para comer y celebrar su cumpleaños, preanunciando (al menos yo lo veo así) una nueva noche de locura y muerte (a boire, a boire, se grita en la versión francesa), el paso lógico de la cordura a la creación.

Y todo esto como resultado de querer hacer una película sobre Lovecraft. Y echamos en falta esa película que nunca fue si bien también nos alegramos de que no fuera Resnais, siempre tan corto de talento, el que se dedicara a mezclar Providence y Arkham. Sí, algo más de desmadre en esta película de por si desmadrada se habría agradecido. Bogarde y el tándem Mercer-Warner (que ya hicieron monerías en Morgan, un caso clínico) lo merecían.

Decía Gielgud que esta era su única actuación cinematográfica al nivel de las teatrales. Y sobre él se debiera haber insistido y haber avanzado en el proceso de la creación como tal, sin perderse en las elementales referencias psicoanalítico-expresionistas que tanto le gustan a Resnais (siempre abusando del montaje y la música del chim-pón).

Aún así Providence acaba por ser una de las pocas películas que conciben de manera adulta el mundo de la literatura dentro del cine. La memoria y la ficción y la mentira como habitaciones intercambiables y fáciles de confundir. El sueño y la realidad. No es por tanto extraño esperar que un chino viejo salte a nuestro salón cualquiera de estas noches mientras dormimos o creemos dormir.

Chablis para dormir y soñar

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